No quería, pero
voy a tener que mencionar la manida frase. Esa que dice que un saco de palabras
es un desperdicio al lado de una buena imagen. Pasa que no siempre se tiene la camarita
lista. A veces te lamentas bastante. Me pasó en una tienda en moneda nacional
en Habana del Este. La muchacha que debió atenderme merecía una foto. En
realidad era una foto fija incrustada en una secuencia de video.
Es una mulata
de muy lindas facciones y bastantes kilogramos de más. Está sentada en una
silla de frente a la puerta. Su pesado brazo se apoya con el codo en el
mostrador y permite que la mano sea una perfecta almohada para su cabeza que
reposa allí, ladeada. Su mirada inexpresiva registra mi ingreso a la tienda, no
se inmuta. Parecería que no se cuestiona absolutamente nada desde hace años. Yo observo los productos que
se exponen, me hago preguntas en voz alta, las intento responder por mí mismo. Ella
continúa inmutable. En un momento dado le pregunto si tienen líquido para
fregar. Me mira y sin levantar su cara de la mano-almohada, apenitas moviendo
la cabeza, me dice un rotundo “no”. Es un digno ejemplo de cómo economizar
movimientos, energías. Me dan ganas de sacudirla, de pedirle que se espabile,
que se levante, que viva. Me contengo. Echo una última mirada a la dependiente-foto-fija
y salgo de la tienda.
La imagen es
quizás una buena representación de las tiendas del comercio minorista del país.
Un camión inmóvil en medio del tránsito. En su inmensa mayoría controlados por
el estado, estos establecimientos apenas han cambiado su cara en los últimos
años. En un país que se mueve, que cambia, que intenta crecer, donde además no
existe un mercado mayorista para los negocios privados, un mercado minorista
deficiente es el camión de marras en medio de la vía, trabando toda la circulación,
generando caos, enojo, peleas.
Las tiendas de
moneda nacional suelen ser lugares feos, grises, vetustos. Los productos, por
lo general provenientes de la deprimida industria nacional, tienen una
presentación básica y descolorida, y no suelen tener mucha calidad. La atención
no es agradable, como pudieron ver a través de mi dependiente fotogénica. No
obstante algunos productos sólo se consiguen en estas tiendas, e incluso pueden
ser los mejores del mercado. Me dijeron, por ejemplo, que “el líquido de fregar
de pesos cubanos” era el mejor. No pude comprobarlo porque nunca lo conseguí,
pero dicen que de vez en cuando “sacan”.
He empleado los
términos “moneda nacional” y “pesos cubanos”. Para un cubano, o un extranjero versado
en cubanerías, es claro a qué me refiero, para el resto de los mortales es más
bien confuso. Y es que así es el sistema de dualidad monetaria1 que existe en
Cuba hace más de dos décadas: complicado de entender. Tanto es así que sus
denominaciones no lo explican en lo más mínimo. Ambas monedas son nacionales,
ambas son “pesos cubanos”.
En varias notas
oficiales se ha dicho que la unificación monetaria está en camino, pero para no
desmarcarse de ese aura misteriosa que le gusta a nuestro gobierno, no se sabe cuándo
ni cómo. No obstante algunas medidas se han tomado para lograr ese objetivo.
Por un lado, en muchas de las tiendas recaudadoras de divisa, o sea en CUC, ya
se puede pagar también con CUP, haciendo la conversión al cambio oficial. Además crearon nuevos billetes de CUP
de alta denominación (100, 200, 500 y 1000) que ya circulan.
Volviendo al
tema del mercado minorista, en las tiendas en CUC el panorama es distinto, pero
tampoco muy alentador. Los empleados por lo general no es que te atiendan bien,
pero tienen un poco más de interés en trabajar. Los locales no son tan desvaídos,
y hay muchos más productos. El tema es que si el punto de comparación son las
tiendas en moneda nacional es fácil salir bien parados. O sea, no se ilusione.
Al menos yo no
necesito dieciocho marcas de papel higiénico, como sucede en el mundo
capitalista tradicional, me basta con que haya papel higiénico, pero eso no
siempre se cumple. Con frecuencia ocurre
que no encuentras productos básicos. Suele pasar que para hacer una compra básica
no sea suficiente con ir a un solo lugar. Debes hacer un paseo donde visitas
varias tiendas, y ni así estarás seguro de obtener todo lo que necesitas. Si
estás de turista quizás hasta te gusta el tal paseo, pero cuando tienes la vida
cotidiana encima, y además el calor que ya les narré, no es nada divertido.
Para contrarrestar
esta falencia del sistema se ponen en práctica dos métodos criollos que no
resuelven el problema pero lo alivian. La ayuda vecinal y la comunicación intempestiva
en la vía pública. El primero consiste en que si compraste algo que anda medio perdido
y te encuentras a un vecino se lo comunicas ipso facto no sea que él también lo
ande buscando. El segundo consiste en que si ves a alguien por la calle con
algo que necesitas en la mano, lo abordas y le preguntas dónde lo compró. Por
lo general la persona te responderá de forma amable y probablemente te de
información de si quedaba mucho o no para que sepas cuánto debes apurarte.
(Déjenme hacer
un paréntesis indispensable para quién lo necesite. No estoy hablando de
tiendas subsidiadas por el estado donde podría uno ser “comprensivo”, me
refiero a tiendas donde cada producto tiene una ganancia para el estado de un
240%, y donde además va a comprar la inmensa mayoría de los cubanos. Al menos
alguna vez a comprar algo. A las tiendas con productos subsidiados y racionados
se les conoce como “la bodega”, de esas les cuento luego).
En resumidas
cuentas el sistema de importación, producción, distribución y reposición de
productos es un verdadero desastre. Cuando vas a la tienda tienes que comprar
lo que haya no sea que lo necesites la semana próxima. También hay productos
que se “pierden”. Antes mencioné al papel higiénico porque es uno al que le
gusta perderse, para mi suerte, no fue el caso en mi estancia allá.
Lo que sí
estuvo de moda fue la escasez de cervezas nacionales, entre otras cosas. Todo
parece indicar que el consumo de cerveza ha aumentado, no así la producción. Se
dice que los negocios privados (restaurantes, bares, cafeterías), en real
expansión y crecimiento, las compran por cajas y ya tienen cuadrado con los
almaceneros para que se las guarden. Otra vez uno se pregunta cómo es que no se
ha creado un mercado de venta mayorista. Fue así que con ganas de tomar cerveza
cubana, tomé cervezas dominicanas, belgas, holandesas, españolas y hasta una
portuguesa. Hice un no deseado tour por cervezas del mundo guiado por la ley de
“la que hubiera”.
Por cierto, en
éste mundo no falta la gente “creativa”, en Cuba tampoco, y donde hay una
escasez puede surgir un negocio. Si de noche salías a comprar cerveza a los
lugares habituales de venta nocturna (Infotours, DiTú, DiMar, Cupet, etc.) al
llegar te enterabas de que no había cerveza nacional. Y justo a medio metro del
mostrador encontrabas a varias personas con neveras plásticas ofreciéndote las
mismas, pero con su valor incrementado en 1.5.
Hay cosas que
son complicadas de lograr en un país. Organizar un sólido sistema de
distribución y reposición de productos para unas ventas que dan un amplio
margen de ganancia no parecería ser uno de ellos. Hay que buscar gente con
ganas de hacerlo y pagarle bien, para que tengan ganas, y para que le sea
rentable trabajar y no robar. Si eso sucede nos beneficiamos todos.
Aquí me he
referido a las deficiencias por problemas de organización. El tema de los robos,
en la cadena de distribución y ventas, lo voy a mencionar en otro post. Creo
que son cosas diferentes, aunque vaya uno a saber cuan perversamente podrían
estar trenzados.
Para terminar les
cuento una anécdota en otra tienda en moneda nacional. Esta vez fue en el
Náutico, en el oeste de la capital. La mujer que me atendió estaba sentada del
otro lado del mostrador de vidrio, ella sí atenta a los clientes que entraban. La
saludé y examiné los productos que se podían ver bajo el cristal. Encontré lo
que andaba buscando: cajitas de tomacorrientes para poner en la pared. Cuando
le pregunto el precio me dice que cuarenta pesos y acompaña su respuesta con un
movimiento negativo con la cabeza. No entiendo. Le digo que me deje verlo y me
responde algo irritada, “te estoy diciendo que no, pero tú insistes” y me
extiende el producto de mala gana. Lo examino, ya perturbado por la actitud de la
vendedora. Se veía artesanal, sin un buen terminado, pero quizás no era malo,
no sé, no soy experto y llevaba días buscándolo. Tuve dudas. Le pregunto, “¿qué
pasa, son malos estos?”, y me responde indignada, “niño, pero en qué idioma
tú entiendes, te estoy diciendo que eso no sirve y tú no quieres entender, si
tú quieres cómpralo, pero te estoy diciendo las cosas”. Todavía dudé un poco,
pero con semejante arenga era difícil darle el sí. Decidí no comprar. Me quedé
mirando un poco más la tienda y llegó otra cliente, una muchacha joven que le
pidió dos cepillos de diente a la beligerante dependiente. “Eso no sirve para
nada, te lavas dos veces y lo puedes botar”. La chica dudó un instante e iba a
marcharse, pero recapacitó, fue fuerte, “dámelos, de todas maneras no tengo más
ninguno”. La miré con admiración y sana envidia.
Me parece que tengo otra vez este deja vu. Abrazo
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