1.     Una isla sin zombis, todavía

Vengo llegando de Cuba. La cosa está dura. No me sorprendió mucho, porque iba preparado, pero siempre impacta ver la película en directo y a todo color. El proceso de crecimiento de las desigualdades que se vive hace años en la isla está en aceleración, y la vida para la mayoría de los cubanos y cubanas está bien difícil. Creo que estamos en el momento más álgido de los últimos 25 años. No obstante he de decir que el país sigue funcionando. Parece una obviedad, perdón, pero a veces leyendo las redes, los cuentos, las catarsis, parecería que uno va a llegar a una tierra de zombis. Y no, al menos todavía no. Los niños y las niñas siguen yendo a la escuela, muchos adultos al trabajo, a casa de un amigo, a correr por la tarde, a pasear al teatro, al parque, al Malecón a darse un trago y así. Muchas cosas están igual que siempre. Igual de mal, o de bien, según el caso. Otras no tanto.

 

Las causas de la complicada situación económica, política y social son múltiples, como no podría ser de otra forma. La pandemia y la guerra se anotan sus puntos, como en todos lados, pero los dos grandes culpables son los mismos de hace muchísimos años, ahora ambos intensificados. Me refiero por un lado al infame bloqueo yanqui, y por el otro a la inoperancia de la dictadura gobernante. (Nunca me he referido al gobierno de Cuba como “dictadura”, tengo varias razones para ello, pero en éste texto voy a hacer una excepción y usaré el polémico término).

Me parece insólito que haya dudas de que esas son las dos grandes causas de nuestros males, pero hay quienes niegan la una o la otra, o minimizan alguna de las dos, dependiendo del bando donde se encuentren. O sea, una parte de los opositores, en particular lo más  pro yanquis, niegan el efecto del bloqueo. Lo llaman “embargo” y aseguran que apenas tiene incidencia en la realidad nacional. Del otro lado, el gobierno y sus acérrimos defensores, apenas reconocen errores y no se responsabilizan por los desaguisados propios y la pésima gestión, vertical y autoritaria, que llevan adelante.

En mi opinión no hay discusión de la preponderancia y centralidad de ambos causales. Después quedaría ver qué porcentaje le puede tocar a cada una, pero ya ese es un debate más espinoso, y al final menos necesario.

Como decía, ambos fenómenos han arreciado en los últimos años. El bloqueo norteamericano apretó las tuercas fuertemente con la administración Trump y apenas ha sido tocado por el gobierno de Biden. Por su parte en la dirección del país, a juzgar por las decisiones que toman, hay cada vez gente más bruta (en ambos sentidos de la palabra). Empezando por el presidente Miguel Díaz Canel, de quién pudo pensarse que tendría una gestión más humana e inteligente, algo distante de lo que ha constatado la realidad. Especial mención lleva la deriva represiva que ha tenido el gobierno en los últimos dos años. Un giro sumamente indignante e injustificable. Volveré sobre este punto más adelante.

 


2.     La serpiente y el dragón de los volcanes

Hay dos realidades que me impactaron, y que son dos buenas postales de la actualidad: las colas por todas partes y el afán migratorio que se respira. Ninguna de las dos es nueva en Cuba, pero también ambas están intensificadas.

Mientras disfrutaba del reencuentro con las calles, las avenidas y los barrios de mi Habana me sentía en “El país de las colas largas”. Una ciudad tomada por serpientes humanas con boca de fuego. En los primeros puestos de las colas: peleas, discusiones, gritos; en algunas de ellas policías y militares organizando. Fui a preguntar qué vendían. En una me dijeron que no sabían que habían “sacado”, pero “algo” era y entonces: cola. En otra me dijeron que venderían perros. En éste último caso venderían dos paquetes de perros caliente por persona al día, y para eso: cola.

Estas colas se forman en tiendas donde venden productos en moneda nacional a un valor medianamente accesible para todos. Pero lo que venden es poco, no alcanza. Luego están las tiendas en MLC (moneda libremente convertible) y el mercado negro (vital y robustecido por la escasez) donde los precios son inaccesibles para un salario medio.

Las colas han existido en Cuba desde que tengo memoria, pero nunca vi tantas, ni tan crispadas. Si se toman las colas como medidor de la situación económica, enseguida se aprecia la crisis. Está claro que es la cara visible de una población empobrecida, a la que los ingresos no le alcanzan para comprar la canasta básica, en una situación de inflación incesante y carencias múltiples.

 

Por otro lado es alarmante la furia migratoria que se aprecia. Algo que tampoco es nuevo. Vi irse a casi todos los amigos de mi hermana, ocho años mayor que yo, luego a casi todos los míos, y me vi partir a mí mismo. El otro día conté que de los 29 que nos graduamos en mi aula de La Lenin, al menos el 70% vive fuera de Cuba. La muestra es muy pequeña para sacar conclusiones, pero impacta la cifra.

El fenómeno no es nuevo, pero sí la escala. Casi no hablé con nadie menor de 50 años que no tuviera, al menos en la mira, la idea de emigrar. Varios de los amigos y amigas que habían decidido, a cuenta a riesgo, quedarse en aquella orilla, ahora están en planes de partida.

Tanto es así que surgió una frase para referirse al asunto: ir a ver los volcanes. Una de las vías de la estampida actual se ha dado a través de Nicaragua, que dejó de exigir visas a los cubanos. Desde allí, la mayoría, emprende una travesía hacia Estados Unidos. Hace unos meses salió una funcionaria del ministerio de turismo nicaragüense, diciendo que los muchos cubanos que iban a su país lo hacían por el interés de conocer los volcanes centroamericanos, que no existen en la isla. La declaración causó gracia y se viralizó rápidamente, a tal punto que se convirtió en metáfora y frase de moda. Es normal, por estos tiempos, preguntar por alguien y te digan: “olvídalo, se fue a ver los volcanes”.

Hace años que veo el dragón de la emigración quemando con sus llamas el futuro de Cuba, engullendo uno tras otro a muchos hijos e hijas de esa, mi patria. ¿Cómo le puede ir bien a un país de dónde tanta gente se va? ¿Cómo se puede soñar con un país mejor si tantos deciden que lo mejor es irse porque no hay opciones para emprender una vida allá?

Siempre he llevado conmigo algo de culpa por haber emigrado, por haber abandonado el barco. Y también cierta secreta admiración por los que, teniendo la opción de irse, decidieron quedarse luchando, en el terreno, por una Cuba mejor. En particular los de mi generación, aunque lo hicieran simplemente estando y trabajando allá. Un día estuve en casa de unos talentosos jóvenes artistas, de esos que han decidido quedarse en Cuba. Me mostraron una película que habían hecho a pulmón, trabajando en ella durante muchos años. La película, que me gustó mucho, está censurada. Ellos la muestran en la sala de su casa, cada domingo, a pocas personas, que los contacten y quieran verla. Al final les agradecí habernos dejado entrar a su casa, ver la película y de paso les agradecí haberse quedado en Cuba, les dije que admiraba a la gente como ellos. Me respondieron que también estaban pensando en ir a vivir a otros lares.

 


3.     La escasez de comida, y de libertades

La emigración es un fenómeno global. Se sabe, pero en Cuba a veces se nos olvida. En éste mundo, cada vez más desigual e injusto, millones de personas dejan sus países buscando mejores horizontes. Las causas son variadas y como cada país, Cuba tiene sus complejidades propias. Entran en nuestro caso, las acuciantes necesidades económicas, el cebo que pone Estados Unidos, dando a los cubanos ventajas y facilidades que no tiene ningún otro migrante latinoamericano y entra también la falta de libertades que existen en la isla. La casi nula posibilidad de incidir en la toma de decisiones, y en particular la imposibilidad de elegir a las autoridades gobernantes y a los representantes del pueblo. Creo que mucha gente que se va decidiría quedarse en Cuba, pese a las dificultades, si se sintiera parte del proceso, si tuviera chance de influir en el rumbo del país y no sólo de obedecer, como pretenden desde el poder. A tal punto es así, que incluso un artículo de la revista Alma Mater, controlada por el oficialismo (como toda la prensa autorizada) menciona el tema, aunque claro, apenas bordeando la problemática, sin entrar donde quema.

La ola represiva desatada en los últimos dos o tres años está también en la génesis de la crisis actual. Percibo que mucha gente ha experimentado un hondo sentimiento de rechazo hacia el gobierno al ver tantos actos de ignominia. Un rechazo nuevo, vigoroso, crecido desde el más elemental sentimiento de justicia y humanidad. Hablo en particular de gente con un pensamiento de izquierda y base anti imperialista.

Si bien hace años que en Cuba se cometen atropellos diversos contra opositores, o en general, gente que no le gusta al gobierno todopoderoso, y es cierto que jamás hubo un sistema judicial independiente del poder político, lo de los últimos dos o tres años ha sobrepasado límites. 

No puedo dejar de consignar que la represión del gobierno cubano, hasta dónde sé, no ha incluido la tortura física (hay denuncias de maltratos, y muy probablemente estos existan, pero no parece ser una práctica común), ni desapariciones, ni menos muertes. Sí incluye detenciones arbitrarias, sin órdenes de arresto o los procesos legales requeridos. Por lo general son detenciones por algunas horas, pero en ocasiones durante varios días. También interrogatorios intimidatorios, prisiones domiciliarias sin condena previa o justificación legal, algunas de ellas de muchas semanas. También amenazas, chantajes, extorsiones a familiares y amigos de los encausados. Sanciones laborales, mítines de repudio en las viviendas. Campañas de desprestigio en medios nacionales, dando muchas veces informaciones falsas o recortadas y manipuladas, sin permitir réplica alguna. En algunos pocos casos han llegado al punto de realizar destierros.

No abarco en la lista anterior todo el arsenal que ha desplegado la seguridad del estado. En cualquier caso el punto más alto de ese discurrir represivo en ascenso ocurrió el 11 de julio tras las masivas manifestaciones que se dieron en todo el país. A partir de ese día se desató una cacería de brujas donde luego de revisar videos e informaciones, enjuiciaron a centenares de cubanos y cubanas. Algunos detenidos el mismo día y otros que salieron a buscar los días posteriores.

 Luego de juicios irregulares, sin todas las garantías correspondientes a un estado de derecho. Luego de procesos controlados y claramente digitados por el aparato estatal, con el claro objetivo de ejemplarizar a quién se atreva a protestar, obtuvimos como resultado decenas de condenas, muchas de ellas tan abultadas que daba vergüenza sólo de leerlas.

Creo que el gobierno cruzó una línea en su camino de oprobio. Condenar a personas, en su mayoría jóvenes pobres, por salir a protestar. Encarcelar a muchachos y muchachas que en una situación desesperada salieron a hacer catarsis me parece realmente vil. La mayoría, lo que hizo fue gritar y caminar por las calles. Algunos tiraron piedras, o una piedra, como Jonhatan Torres Farrat, según cuenta su madre en un desgarrador reportaje. Pocos ocasionaron destrozos  y daños. Los medios oficiales pintaron toda la protesta como sumamente violenta y señalaron a los centenares de enjuiciados como vándalos. Una burda manipulación igual a las que suelen hacer los gobiernos de derecha de la región: pintar toda la protesta con los pequeños focos de violencia y así poder reprimir y deslegitimar la protesta.

Tomemos como botón de muestra el caso de Luis Robles. Anterior al 11 de julio, pero inmerso en esta ola represiva que menciono. Un muchacho que salió a la calle con un cartel que decía: “Libertad. No más represión. #Free_Denis”, fue todo lo que hizo, está filmado. Lo detuvieron, lo mantuvieron más de un año tras las rejas, y finalmente lo condenaron a 5 años de prisión por el delito de “propaganda enemiga”.

 

Es por todas estas cosas que le llamo dictadura a lo que hay en Cuba. Al menos por éste texto, pues mis razones para no hacerlo siguen vigentes. Es mi pequeñísima rebelión. Mi pequeño y cobarde grito de dolor.

 


4.     Postales

Sellos

Una forma de pagar los trámites en Cuba es a través de sellos. Pero los sellos, como casi todo, a veces se pierden. Algunos días no se consiguen en ningún lugar de la ciudad. O también puede pasar que haya, pero no de las cantidades que necesites. Y entonces se te traba el trámite. En una oficina del Vedado había un gringo muy enojado porque no podía hacer su trámite. Debía pagar 30 pesos cubanos en sellos, él tenía un sello de 50, no le importaba pagar de más, pero no, eso no se puede. Para que no le pasara lo mismo, una señora que conocí en la cola para hacerse el pasaporte, me contó que los había mandado a conseguir a Matanzas, una ciudad a más de 100 km de La Habana. No hay en ningún correo por aquí, no me quedó otra, me dijo. ¿Tú también vas a ver los volcanes?, le pregunté. Me dijo que no, que iría a Estocolmo, a ver a su hijo que vive allí. Qué frío.

 

¿Carne?

La carne de puerco se ha convertido en un alimento de lujo. En la escalada inflacionaria ese producto ha sido de lo más golpeados. Hace mucho que la mayoría no podía comer todas las semanas, pero sí, quizás, algún día al mes, o al menos un día de fiesta. Hoy tiene un valor prohibitivo. La carne de vaca hace muchos años que apenas existe, también es complicado conseguir leche. En el viaje de La Habana a Santa Clara, se ven, a los costados de la carretera, algunas vacas. Están tan flacas que da pena mirarlas. ¿No hay yerba? ¿Será una manera vacuna de protestar? ¿Le habrán pasado la voz a los puercos?

 

Rebeliones

Mi querida amiga MM ha vivido en Cuba toda su vida. Tiene más de 70 años y muchísimos premios. En la pared de su habitación solían colgar los distintos diplomas y reconocimientos por sus obras y trabajos. Es un cuarto que visito hace más de 30 años. He visto esas paredes irse poblando. Ahora cuando la fui a visitar estaban las paredes vacías. Me dijo lo hacía por decepción, por desengaño, por rabia, por desesperación. Su manera de poner la cabeza en la almohada un poco más tranquila. 

 

Cerveza

Hace años que es complicado tomar cervezas nacionales. Las fábricas de cervezas Cristal y Bucanero no dan abasto. A nadie se le ocurrió que era una buena idea invertir en esa producción, ampliar las plantas, generar valor agregado, dar empleo. Bueno, a nadie con poder de decisión. A los burócratas gordos que deciden el rumbo de la economía cubana quizás les gusta más el ron. Lo cierto es que hace años que se importan diversas marcas de cervezas. En los últimos viajes he conocido muchísimas marcas que nunca había visto antes. Esta vez conocí una marca china, la “singao”, o sea, “Tsingtao”. Leí que es la cerveza más popular de China. Me contaron que en algunos bares de la Habana, cuando quieres una, pides “una Díaz Canel, por favor”.

 

Admiraciones

Mi hermano CH es profesor de la universidad. De mis amigos, es de los pocos que había decidido quedarse en Cuba. Hace poco, no sin dolor, me dijo que él también se cansó. Del descaro de la dirigencia, de la manipulación política de las autoridades de la universidad, de los cínicos reportajes de la televisión, tan alejados de la realidad que vive el país en la calle, y otras muchas yerbas. Cada vez se me achica más la lista.

 


5.     Pa’ que el sabor, te digo, no se pierda

Hace muchos años me olvidé de llorar. Literalmente. No sé cómo llorar cuando corresponde. Muchas veces he tenido ganas y no me sale, he tenido necesidad y no he podido. He sufrido dolores físicos y del alma y nada. Las lágrimas me salen cuando les da la gana, cuando lo deciden, cuando no deberían, cuando no les toca. Con canciones, con reportajes, con recuerdos. La última vez me pasó ahora en Cuba, corriendo por la playa.

Correr por la orilla del mar es de las cosas más lindas que sé hacer. Hacerlo por las maravillosas playas del mar caribe es sublime, y si además es una playa que está sobre la isla que me vio nacer es aún más emocionante. Las naciones son un invento de los poderosos para separarnos a los seres humanos, para dominarnos mejor, lo sé, pero así todo tengo un amor por esa tierra, por esos paisajes, por la palma real. En éste viaje les mostraba a mis hijos que en Cuba, en cualquier paisaje que uno levante la vista, aparece una palma real.

Entonces iba yo corriendo por la arena, mirando esos colores deslumbrantes que tienen las playas allá y se me salieron las lágrimas. Iba escuchando la canción “Azúcar” de Los Van Van, en su versión original del año 1992. En el momento en que Angelito Bonne cantaba, “pa que el sabor, te digo, no se pierda, ahí viene Juan Formell con su bajo halando las cuatro cuerdas” empecé a llorar. Supe que lloraba por Juan Formell que ya no está, por Cubita y su difícil encrucijada, por el futuro que se ve negro. Por la nostalgia, por la distancia, porque mis hijos no tienen como tíos y tías del día a día a esos hermanos y hermanas que elegí un día y que hoy están desperdigados por ahí.

 

Muchos emigrantes vivimos con el sueño de volver algún día a ese país que nos vio nacer. A esas calles por las que corrimos y aprendimos a pelear, a hacer amigos, a querer, a odiar y a amar. Ese sueño puede ser más o menos consciente, pero está como una sombra escondida en nuestra propia sombra. En algún momento más que un sueño, o una esperanza, es una ilusión. Porque ese país ya no es el mismo, porque el país de nuestra imaginación es una tierra inventada, adornada, ilusoria que nunca existió tal vez. Porque nosotros tampoco somos los mismos.

Pero a pesar de todo eso, a veces imagino un futuro esplendoroso, un paraíso del futuro dónde todo es maravilloso y los cientos de miles que emigramos volvemos, nos instalamos, nos abrazamos, compartimos una botella de ron sentados en el contén del barrio. Al final en la imaginación uno puede hacer lo que quiera, quién se puede meter ahí a detener nada.

Qué lindo sería, ¿no? Que bueno sería que los yanquis sacaran sus narizotas de Cuba de una vez por todas y para siempre. Qué hermoso sería que pudiéramos elegir a nuestros dirigentes, que hubiera un gobierno realmente democrático, transparente, elegido por la mayoría. Sin burócratas atornillados a sus sillas de privilegios. Sin represión, sin tanta consigna vacía y tanto descaro.

Calderón de la Barca se estará riendo de mí desde algún rincón del universo diciéndome aquello de: “¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son”. 





 


Hace años que escucho esa pregunta repetida en distintos foros y cónclaves. En algunas oportunidades he visto casi obligar a ciertas personas a responder que sí. En más de una ocasión me han recriminado que no use ese término para referirme al gobierno de Cuba. La verdad es que si se mira la definición del diccionario es casi inevitable responder que sí, hay una dictadura en Cuba con todas las de la ley. O sea, un pequeño grupo de personas dirige al país a su antojo sin someterse al veredicto de la población, ni a través del voto, ni a través de ningún otro mecanismo creíble. Es realmente poco serio tener en cuenta las teatrales elecciones que tienen lugar en Cuba cada cierto tiempo, pues no tienen valor real alguno. No obstante a lo anterior nunca uso el término por tres razones esenciales:


1)      El peso simbólico y la vereda ideológica

El término dictadura, en el caso cubano, ha adquirido un peso simbólico que va más allá de su definición formal. Se usa como un parte aguas ideológico. Llamarle dictadura al gobierno de cuba te sitúa simbólicamente a la derecha del espectro político. Es un término que ha usado siempre la derecha y con el que ha machacado insistentemente, usarlo te sitúa en una vereda ideológica en la que no quiero estar. 

 

2)      El peso histórico

En Latinoamérica está muy fresco el recuerdo de las sangrientas dictaduras del siglo XX. Procesos antidemocráticos que fueron profundamente criminales. Los muchos atropellos que ocurren en Cuba son lamentables y los condeno, pero equipararlos, aunque sea a través de un vocablo, con las dictaduras de Pinochet, Videla, Somoza, Stroessner, etc, sería desleal con la historia. Sería irrespetuoso con los miles de compañeros y compañeras detenidos desaparecidos.


3)      La “democracia” contrapuesta

Por último, llamarle dictadura a lo que hay en Cuba parecería estar diciendo que lo contrario que existe en la región es mucho mejor. Las supuestas “democracias” occidentales que existen en América Latina son también un desastre como sistema. Hay presos políticos, hay abusos indiscriminados por parte del estado y sus fuerzas del orden. Por sólo poner algunos ejemplos en Argentina mueren cada año centenares de personas en manos de las fuerzas estatales, en su mayoría chicos y chicas pobres. En Chile, perdieron la visión más de 400 personas por causa de la represión policial en el estallido social que tuvo lugar entre los años 2019 y 2021. En México asesinan a varios periodistas cada año sin que se vea solución a la vista. Y así podría seguir largo rato.

Además de todo esto, los sistemas capitalistas que imperan en la mayoría de estos países generan un nivel de desigualdad y pobreza en gran parte de sus poblaciones que cuesta imaginar que eso pueda ser llamado realmente democracia, pensando el significado original del vocablo: poder del pueblo.

 


(Con éste último punto no estoy diciendo que el sistema cubano sea bueno. Tiene algunas cosas buenas, que en el pasado fueron más y mejores, pero también un montón de injusticias, pobreza, atropellos, falta de libertades, falta de democracia y un largo etcétera. Pero es muy ingenuo pensar que con poner elecciones libres y la posibilidad de votar cada cuatro años se soluciona todo. Hay que pensar en un modo nuevo. A mí me gustaría un socialismo democrático, dónde el pueblo tenga la capacidad real y efectiva de elegir a sus representantes y la capacidad de revocarlos, dónde nadie sea discriminado por su manera de pensar, y que exista, además, un estado fuerte que vele por el bienestar básico de todos y todas. Es difícil eso, claro, pero quién dijo que sería fácil).

 


Creo, en definitiva, que es mucho mejor debatir ideas en profundidad que dejarse llevar por asociaciones binarias y maniqueas dónde te define si usas un término u otro para referirte a un gobierno. 



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