Cuando entran al café el Negro esboza una leve
sonrisa. Son las 9:22 am. Sábado lluvioso de julio. Sólo una mesa está ocupada.
Se sientan junto a la ventana que da a San Martín. Piden dos cafés con
medialunas. Cuando la moza se aleja, el Colo habla entre dientes.
-Lo mataste, hijo de puta.
-Sí.
-Sos un pelotudo. Eso complica todo. ¿No sabés que
cuando hay un muerto investigan más a fondo?
-No te hagás drama, nene, hicimos todo bien -dice
el Negro y con el pie empuja hacia el vidrio la mochila que traía en la mano.
- ¿Recogiste bien todos los pelos? ¿Guardaste los
guantes?
-Claro, papá. Él único que se puso nervioso fuiste
vos, parecés un principiante -responde y se pasa la mano por la cara recién
afeitada.
El Colo se queda mirando por la ventana el escaso
tráfico que circula por la avenida a esa hora. La chica trae el pedido. El olor
a café le da satisfacción. Intenta sacarse la amargura. No puede.
- ¿Qué necesidad tenías, boludo? El tipo dijo
enseguida dónde estaba la mosca. Todo. No tuvimos siquiera que cortarle un dedo.
Explicame, qué necesidad.
El Negro sorbe lentamente su café. Muerde una
medialuna.
-Ya fue, nene, olvidate. Escuchame, ¿mejicaneamos
al de la inmobiliaria?
-Negro, la otra vez que hicimos esa salió todo
para el culo, casi caemos.
-Bueno ok, pero decile que había menos.
-Y cuánto hay.
-Qué se yo, nene. ¿Pensás que puedo contar fajos
de billetes con sólo pasarlos de un cajón a una mochila?
-Hacé como quieras, Negro, pero este pibe nos pasa
buenos laburos. Nunca nos falló.
-Por cierto, la próxima que hagamos en invierno te
toca a vos la guardia, ¿eh?, que siempre agarrás veranito. Te crees vivo, ¿no?
-le dice con una sonrisa, intenta relajar.
El Colo no le responde. Está re caliente. Le gusta
hacer las cosas bien prolijas. Mastica rabia al recordar cómo le pasó la hoja
afilada por el cuello.
El Negro pide la cuenta.
-Son las 10 ya. Vamos. Pagá vos.
El Colo saca un billete de 100 y lo calza con la
taza.
Afuera sigue lloviendo. El Negro piensa que ni en
pedo le cuenta por qué lo mató. No tiene ganas de discutir de política otra vez
con el Colo.
-Sabés, por qué lo hice, Colo. De verdad querés
que te lo diga -dice y hace un silencio esperando que el otro lo mire-. Porque
se me cantó.
El Negro recuerda las fotitos de Cristina
por todos lados. Mientras se cambiaban las camisas vio ese tatuaje horrible de
Néstor que lleva el Colo en el hombro. Eso le dio más rabia todavía. Quizás eso me terminó de convencer, piensa. Saca la mano, para un taxi, se suben.