Hace 25 años le fui a pedir entradas al mismísimo Silvio Rodríguez. Tenía entonces 12 años y lo encontré en la puerta de su casa. Me había hecho la costumbre de pasar por allí camino al entrenamiento de fútbol. Mi amigo el Macaco protestaba pero al final me hacía la pala a desviarnos un poco del camino. Yo estaba esperando una oportunidad para ver a Silvio. Con esa edad ya era fan de sus canciones. ¿Pero cómo me había enterado de dónde vivía? A lo cubano.

Hacía solo unos meses que había entrado en la secundaria. Yanay, una de mis nuevas amiguitas, me dijo que vivía en la cuadra de Silvio. Y yo, con la boca abierta: “na’, no puede ser”. “Ah, ¿no me crees? Vamos a visitarlo hoy después de la escuela”. Y pa’ allá fuimos. Yanay se paró afuera de una casita blanca de dos plantas, con jardín, y desde afuera de la reja, puso las manos en forma de bocina y gritó “Silviooooo”. Desde adentro de la casa alguien nos informó que no estaba, pero fue muestra suficiente de que Yanay no mentía.

Así que uno de esos días en que pasaba por allí, vi un carro que esperaba, con el motor encendido y la puerta abierta. Tuve la idea de que era Silvio quién había olvidado algo en su casa y me quedé frente a la puerta de la reja. El Macaco, siempre fiel, se paró a mi lado. Cuando el trovador salió, vio a dos niños de poco más de un metro de alto, paraditos, mirándolo. Sonrió y sostuvimos el siguiente diálogo:

- ¿Ustedes querían algo? – dijo Silvio algo asombrado.

- No, sólo queríamos saludarte –dije yo. Y añadí- ¿cuándo das algún concierto?

- Bueno, ahora no sé cuándo será el próximo, pero hace unos días di uno en el Carlos Marx, ¿fuiste?

- No fui porque no tenía entradas. Iba a ir con una amiga a comprar entradas en reventa, pero mi papá no me dejó. Dijo que comprar en reventa era inmoral.

Silvio volvió a sonreír y me dijo:

- Cuando te enteres de algún concierto mío ven por aquí que yo te regalo las entradas.

Nos despedimos y nos fuimos cada uno por su lado. Llegamos tarde al entrenamiento. “Dos vueltas a la pista por llegar tarde”, dijo Juan, el entrenador, y el Macaco, a quien no le gustaba Silvio ni un carajo, me miró con cara de pocos amigos. Esquivé su mirada y salí trotando a dar mis vueltas contento.

No sé si Silvio habrá llegado tarde a un ensayo. Lo cierto es que un par de meses después me entero de que otro de mis ídolos musicales de entonces daría un concierto en el Carlos Marx. Un extranjero, un argentino. Fito. Estaba haciendo la gira de “El amor después del amor” y pasaría por La Habana. Era un disco que yo escuchaba día y noche por aquellos días.

Conseguir entradas iba a estar difícil. Fito era muy conocido y en aquella época no iban tantos artistas extranjeros a tocar en Cuba como ahora. Entonces me enteré de que tendría dos invitados de lujo: Silvio Rodríguez y Luis Eduardo Aute. Y ahí se me encendió la lamparita, “pero si yo tengo una tarjeta mágica bajo la manga, y lo prometido es deuda”, pensé.

Así que me tiré arriba de mi bicicleta y arranqué para casa de Silvio con la esperanza de que no hubiera olvidado su promesa. Esta vez no le pedí al Macaco que me acompañara. Sólo, con la insolencia de mis doce años, me paré afuera e imité Yanay: “Silviooooo”. En respuesta a mi grito salió una muchacha rubia, bonita, algunos años mayor que yo, que me dijo: “Silvio no está, yo soy Violeta, la hija, ¿te puedo ayudar en algo?”. Le narré mi diálogo con su papá con lujo de detalles, recalcando su promesa final. “El concierto no es de mi papá, pero voy a hablar con él, a ver qué puede hacer”, me dijo. Anotó mi teléfono en un papelito y dijo que me llamaría para darme noticias. Mi amigo Carlos, que me doblaba la edad y me había enseñado la música de Páez, se reía de mí: “qué te va a llamar, se olvidó de eso a los cinco minutos de que te fuiste”.

Pero yo tenía todavía esa inocencia de la infancia, ese optimismo a toda prueba, y estaba convencido de que cumpliría su palabra. Y en efecto, un par de días después, Violeta me llamó y me dijo que pasara a buscar dos entradas.

Mi invitada fue mi amiga Iliana, mi vecina de atrás. Me subí al muro que separa nuestras casas y le dije emocionado que estaríamos en la fila dos. Ubicación de lujo. Recuerdo que al lado mío estaba sentada la presentadora de TV que era esposa de Silvio en aquella época. Fue quizás el concierto que más he disfrutado en la vida. En el momento de los invitados, cantaron entre los tres una canción de cada uno. Recuerdo a Silvio cantando “Pétalo de sal”, a Fito cantando “La gota de rocío”, y que cuando cantaron esa joya de Aute que es “Sin tu latido”, el argentino con su histrionismo amanerado y vital, disparó: “pero no me hagas caso, nenaaaaa. Lo que me pasa es que este mundo shooo no lo entiendo…”.


Esos conciertos, pienso hoy, fueron un bálsamo para los miles de cubanos que estuvimos allí. Tocó en el Carlos Marx dos días, con entradas agotadas. Pero también en la Plaza de la Revolución, donde asistieron cerca de 100 mil personas. Cuba vivía por entonces sus peores días. Entraba en la parte más dura del período especial. La música vigorosa de Fito, mezclada con la poesía potente de Silvio y Aute, no servía para comer, pero daba fuerzas para seguir.




(De la serie, “Reseñas cortas de libros, donde no te cuento nada de lo que pasa”, porque: a mí no me gusta que me cuenten nada).


Ayer me terminé de leer “La Uruguaya” por segunda vez. Me volvió a gustar mucho. De hecho esta lectura, dos años después de la primera, fue para intentar ver por qué me cautivó en aquel entonces. Está buena porque la historia es divertida, inteligente y está muy bien armada. Se disfruta leerla porque está narrada de una manera aguda y derecha. Quiero decir que no da vueltas por gusto. Cuando da giros que se alejan de la historia están muy bien, disfrutas la distracción. Chejov decía aquello de que cuando en una narración aparece una pistola esta tiene que disparar en algún momento. Perdón, Anton, pero si la pistola deslumbra por si sola puede tragarse sus balas. 
       
 No me extiendo más, hay un montón de reseñas por ahí seguro mejores que esta. No lea ninguna. Lea la novela.



(De la serie, “Reseñas cortas de libros, donde no te cuento nada de lo que pasa”, porque: a mí no me gusta que me cuenten nada).

Hace un tiempo tengo una teoría. He de reconocer que es bastante peregrina, pero se me viene cumpliendo. Dice lo siguiente: cuando una novela tiene más de 500 páginas, raramente no le sobran varias decenas. Por supuesto hay un montón de monumentos literarios que escapan del silogismo, pero como bien digo, son rarezas. Cierro los ojos y pienso, por ejemplo, en “Conversación en la Catedral” a la que no le sobra ni una palabra.


A “Las cenizas del cóndor” de Fernando Butazzoni le calza perfecta mi teoría. La historia se pudo contar con doscientas páginas menos sin perder nada relevante. No obstante, los avatares que se cuentan en la novela son tan impresionantes que vale la pena leerla. Sobre todo sabiendo que está basada en historias reales y que lo narrado está muy apegado a lo que sucedió en esas vidas que se cuentan en el libro. La investigación que hizo el autor para contextualizar todo lo que pasa en la narración es también admirable, se nota que fue una pesquisa rigurosa y sensata.

El libro está escrito en un estilo sobrio. No tiene adjetivaciones molestas, ni exageraciones, ni cursilerías. Está perfectamente redactado y llega a ser conmovedor en algunos fragmentos. La historia que narra, como ya dije, es apasionante. No obstante de principio a fin sufrí la falta de magia y gracia de la narración. Es algo sutil, por eso la seguí leyendo hasta el final. Cuando un libro no me gusta mucho lo dejo sin ningún remordimiento. Éste lo terminé pero siempre con esa pequeña molestia en mi alma lectora. Como una basurita metida en el ojo que espía esas vidas noveladas. En el último tercio del libro encontré, tal vez, la explicación de por qué la narración jamás me llevó volando, porque nunca me arrastró tirado de los bigotes, como debe hacer una buena obra literaria. El propio autor dice que:

“Tenía todas las piezas sobre la mesa, y mi trabajo consistiría en ensamblarlas. La perspectiva de llegar de nuevo a mi casa, retomar la rutina y encarar la construcción del libro era de por sí agobiante, pero no tenía escape posible […]”.

Si la literatura se entiende como una obligación, si pensar una novela se piensa como un ensamble de piezas, es probable que no llegue la magia. Esa corriente subterránea que tienen las novelas y los cuentos maravillosos que casi te dan corrientazos en los dedos.

La teoría que menciono al principio es subjetiva de pies a cabeza. Desde que el número de páginas dependerá del tamaño de la letra, hasta la relatividad intrínseca de cuando una idea o una descripción sobran. No obstante, es mi teoría, al que la quiera usar se la presto, y lo dejo definir el número de páginas de corte y los criterios para considerar algunas páginas innecesarias.




El próximo 24 de febrero se plebiscita en Cuba una nueva constitución. Después de muchos meses de preparación y debate, los cubanos y cubanas residentes en la isla deberán responder a la pregunta de “¿Ratifica usted la nueva Constitución de la República?”.

A raíz de ese sufragio se ha desatado en las redes una batalla entre los hashtags #YoVotoSi y #YoVotoNo. Algo, por cierto, bastante normal desde hace años en cualquier debate más o menos intenso que se da en este mundo virtualizado. Pero quizás novedoso para Cuba, que como sabemos, va un poco lenta en su acercamiento a la red de redes. Lo cierto es que hasta el propio presidente, Díaz-Canel, ha hecho uso del hashtag desde su cuenta de twitter. En definitiva los hashtags son una manera moderna de plantar bandera por una posición, antes de explicar las razones por los cuáles se ha tomado esa postura.

Para muchas personas, y quizás también para el propio gobierno de Cuba, este sufragio se ha convertido en un  examen de su gestión, y siendo más extensos, si se está de acuerdo o no con el peculiar sistema político-económico que rige los destinos de los cubanos.

En buena lid la pregunta es lo que es, y cada uno podrá definir qué está queriendo decir con su voto. Pero creo que en buena medida termina tomando el cariz que menciono en el párrafo anterior. Es así, entre otras cosas, porque los cubanos no solemos tener mucho la oportunidad de decir sí o no a las medidas que se toman arriba. Tampoco tenemos la chance, por ejemplo, de votar directamente para decidir el presidente del país. Ni ninguna manera directa y efectiva de aprobar o desaprobar la gestión del gobierno.

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Mi respuesta, puesto en la disyuntiva de la pregunta, es #NoVotoNiPinga. Disculpen la grosería como mecanismo de alivio, pero hay cosas que duelen. Me duele no poder participar en la votación, me duele que las instancias de participación sean tan pobres. Entonces no voy a votar porque no estaré ese día y no se habilitó el voto a distancia de los emigrados, como sí lo tienen un montón de países.

Uno de los grandes problemas que tiene nuestro país hace años es la cantidad de personas que emigra cada año. En particular gente joven. La emigración es un fenómeno complejo y multi causal (no sólo en Cuba, sino en los muchos países que la sufren, en particular los países del llamado tercer mundo). Si bien creo que entre ese abanico de causas una importante es la económica, no se puede desdeñar la falta de participación real en la toma de decisiones, y en la construcción de un proyecto de país propio y no heredado, que sufrimos hace muchísimos años la mayoría de los cubanos.

Creo que la construcción de un futuro próspero para Cuba no puede dejar fuera, de ninguna manera, a los millones de cubanos y cubanas que viven en distintas latitudes. Creo también que el gobierno lo viene comprendiendo lentamente. Una muestra de ello, es que permitió la participación de cubanos en el exterior de los debates que se sostuvieron acerca del contenido de la nueva constitución. Hubiera sido mucho mejor si hubieran permitido también el voto desde el exterior, pero tan osados no son.

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No obstante, si pudiera votar, aún no sé qué haría. Tengo un conjunto de razones para votar por el Sí, y otro conjunto para votar por el No. Si tuviera la chance de participar, seguramente tomaría la decisión antes del día indicado. Creo que en política la abstención siempre es una mala estrategia. Hay que romperse la cabeza y decidir qué pesa más. Votar en blanco, o no ir a votar, es en definitiva dejar la decisión en manos de otros. Siempre es mejor participar, porque no hay dos opciones iguales, y si no te gusta ninguna, una de las existentes será menos mala.

He leído diversos análisis sobre el contenido de la nueva constitución1. Sin haber hecho un estudio con la profundidad necesaria, entiendo que hay cosas que están mejores y otras peores que en la anterior. También es cierto que definirá más nuestra realidad futura, lo que digan las leyes concretas que han de implementarse después, que lo que dice ese texto genérico, y muchas veces enigmático, que esa la ley de leyes. Pero como decía antes, creo que esta consulta popular va más allá de la aprobación del texto en sí.

La batalla comunicacional dentro de la isla, que es en definitiva donde ocurrirá la votación es como se dice en cubano, de león pa’ mono. O sea, muy desigual. El gobierno (el león en este caso) despliega hace meses, y como ha hecho en ocasiones similares, una campaña descomunal por el “Yo Voto Sí”. Cartelería por todos lados y propaganda incesante por la radio y la televisión. No estaría mal si no fuera porque es imposible que los ciudadanos puedan hacer una campaña por el “No” sin tener por ello represalias de algún tenor. Hace poco un amigo me adelantó que votaría “No” sólo porque le molesta que le metan por los ojos lo que debe votar.

Uno de los argumentos que esgrime el gobierno para decir que se vota por una constitución elaborada de manera democrática y con la participación de la mayoría de los cubanos es citar el largo proceso de análisis y debate popular que tuvo el texto inicialmente redactado. Es cierto que se debatió durante varios meses a lo largo del país. También que luego del debate se hicieron un conjunto no pequeño de modificaciones. El asunto es que desde las altas esferas se decidió qué se modificaba y cómo, sin informarle al soberano exactamente cómo fue ese proceso. O sea, dicho de forma breve, el gobierno escuchó al pueblo, pero después hizo lo que le dio la gana. Devaluando así, en forma significativa, el valor y trascendencia de ese debate popular.

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Mis razones para un eventual voto positivo parten de que entiendo que votar por el “sí” es refrendar un montón de cosas que existen en Cuba y me parecen valiosas. En un post de hace un tiempo hice una lista2 de ellas, que aunque no exhaustiva es representativa. Creo que aprobar la nueva constitución las garantiza en alguna medida. Votar por el “sí”, es además, alejarme de ciertos grupos que impulsan el “No” y quieren para Cuba lo contrario de lo que yo deseo. Personas y agrupaciones que quieren el capitalismo, el auge de la derecha individualista, el intervencionismo yanqui y las políticas neoliberales que han demostrado ser nefastas para las mayorías, en los países donde se aplican. Gente como el senador cubanoamericano Marcos Rubio que aboga no sólo por mantener el bloqueo criminal, sino por su recrudecimiento. Grupos, algunos de ellos, que quieren resolver las contradicciones que existen actualmente en la isla a través de la venganza y la violencia.

A su vez me siento tentado a votar por el “No” porque entiendo que es una manera de decirle al gobierno que no lo está haciendo todo bien. Que hay un montón de cosas que funcionan pésimamente. Que necesitamos de un modelo mucho más participativo, donde el pueblo tenga más poder y participación real en la toma de decisiones. No basta con que nos dejen hablar, también hace falta que nos dejen decidir asuntos concretos. Es una manera de decirle a la dirigencia actual que debe ser más autocrítica y realista, y dejar de golpearse el pecho como si viviera tomando buenas decisiones. Un buen resumen del último punto, es quizás lo que me decía un amigo ayer: que votaría “No”, sabiendo que ganaría“Sí”, para llamarle así la atención al gobierno de que debe rectificar muchas cosas.

Como decía antes, si pudiera votar, me sentaría a pensar y definir mi voto. Pero al no permitirme votar, me pasa como a Silvio en el Necio: me vienen a convidar a indefinirme. No me vienen a convidar los mismos, pero sí a tanta mierda.



1 Julio César Guanche en su blog publicó una extensa colección de textos que analizan en detalle los cambios y vericuetos de la nueva constitución.
También en OnCuba han aparecido interesantes artículos sobre el tema, como este de Ailynn Torres:  https://oncubanews.com/opinion/columnas/sin-filtro/el-ano-de-la-disputa-por-la-carta-magna/.


2 Lo que escribí en aquel texto fue lo siguiente:
Siempre lo valoré, pero después de dar unas vueltecitas por Latinoamérica no puedo dejar de emocionarme al saber que: absolutamente todos los niños en Cuba van a la escuela, y para más satisfacción, a una escuela pública; todas las personas tienen atención médica garantizada, que con todas las carencias que se conocen, existe y es accesible; se puede caminar por cualquier calle de Cuba y la probabilidad de que te asalten es muy baja (máxime comparando con cualquier país de la región); el consumo de drogas duras es bajísimo; el movimiento cultural es amplísimo, con altos estándares de calidad y realmente accesible para todos. Dejémoslo ahí, aunque podría seguir, y también agregar algunos ya muy personales como por ejemplo la alegría que me da saber que en toda Cuba no hay ni un McDonald de porquería, ni una oficina de Monsanto.”






El trece de noviembre pasado facebook me recordó que era el cumpleaños Baldomero Valiño, quien fuera mi profesor de álgebra en primer año de la carrera. Pensé en hacer una excepción y felicitarlo. Durante unos segundos escribí, en mi mente, el mensaje que dejaría en su muro.

Nunca felicito a nadie a través de facebook  por su cumpleaños. Me parece vacío todo ese mecanismo aceitado que veo cada año en el muro de un montón de amigos y amigas. La obra se repite de la siguiente manera: la gente entra a revisar sus novedades, se entera de que es el cumpleaños de X, va a su muro, lo saluda por el cumpleaños y al final del día, X pone un mensaje al estilo de “qué bien la pasé gracias a sus saludos, muchas gracias a todos por recordarme”, o sucedáneos más o menos originales. Una fórmula que para mí termina siendo inexpresiva y fría. De hecho sería más fácil, si facebook lo permitiera, crear un par de reglas que simplificaran todo el proceso. O sea, que por configuración uno pudiera decir: en los próximos años felicita a todos mis amigos en el día de su cumpleaños, con el siguiente mensaje; y al final del día de mi cumple, que salga publicado en mi muro éste otro mensaje de agradecimiento.

Yo antes también tenía mi fecha de nacimiento visible y recorría todo el caminito. No saben lo feliz que soy desde que la saqué. Me llaman, o me envían mensajes privados, les amigues que se acuerdan de mi cumple y ahí sostenemos un diálogo mucho cercano.

Pero con Baldomero iba a hacer una excepción. Quizás porque recordé su paciencia a toda prueba, su tono de voz tranquilo, y sobre todo su capacidad de modificar el curso del tiempo. Si él quería paraba el tiempo por unos minutos y luego lo volvía a hacer andar. No abusaba de esa capacidad, pero si era menester la empleaba. Y para Baldomero siempre era necesario que todos sus estudiantes entendiéramos bien.

Con nuestro curso Baldomero tuvo que parar el tiempo varias veces. En el primer semestre habíamos tenido un profesor que nos decía cosas complicadas para alguien que recién llega a la universidad. Por ejemplo, recuerdo que nos dijo que un polinomio era una suma infinita de términos, donde sólo un conjunto finito de ellos es distinto de cero. En fin, el asunto es que cuando terminó el primer semestre sentíamos que de Álgebra sabíamos muy poco. Entonces llegó Baldomero y en sus clases nos explicó todo lo del primer semestre más lo del segundo, que a él correspondía. Sin su capacidad de parar el tiempo eso habría sido imposible. Si alguno tenía una duda, paraba ahí mismo el tiempo de toda la humanidad y con toda la calma del mundo explicaba, de forma clara, las veces que fuera necesario.

Por todo eso y por el cariño con que siempre lo recuerdo iba a hacer una excepción. Pero dos segundos después recordé que Baldomero había muerto hacía un par de años. Incluso dudé de mi recuerdo por un momento. Cuando me asomé a su muro, algunos le ponían un mensaje póstumo, pero otros, que no se habían enterado, lo felicitaban normalmente. Me pareció terrible esa relación con la muerte, facebook te deja ahí cumpliendo falsos años eternamente.

Si me faltaba una razón para no poner mi fecha de cumpleaños estaba ahí, clara y latente, como la sonrisa indeleble del profe.




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