Hay unas
cincuenta personas en la sala de espera. Ella revuelve su bolso, saca el
celular, mira la hora. Son apenas pasadas las nueve de la mañana. Para la mesa
de información hay sólo dos personas en cola, espera su turno. Su elegancia y sus piernas bien torneadas llaman
la atención de más de uno de los que aguardan en la sala. Cuando le toca
preguntar le indican que su trámite es arriba. Respira aliviada, se acomoda una
vez más su melena rubia y brillosa, sube la escalera. Los tacones resuenan con elegancia en cada escalón.
En el piso de arriba se hacen trámites
migratorios. Hay poca gente, la atienden rápido. La oficial busca su expediente
en una gaveta, lo revisa brevemente y asiente con una leve y educada sonrisa. Saca
un papel de la carpeta y se lo extiende.
-Su trámite fue aceptado, el niño ya tiene la
nacionalidad cubana. Con éste documento y el carnet de ambos padres, deben solicitar la
confección de su tarjeta de menor en la planta baja –le dice de un tirón.
-¿Cómo? –dice con la cara desencajada, arrugando
los ojos, moviendo la cabeza como quien se sacude una información que no quiere
escuchar-. Pero yo no quiero que mi hijo sea cubano, yo no pedí eso.
-Bueno, compañera, aquí figura la solicitud hecha
por usted de avecindamiento y ciudadanía.
-No, no, para hacer un trámite me dijeron que
tenía que hacer el avecindamiento del niño, pero nadie me habló de ciudadanía.
Yo no quiero que me hijo sea cubano.
-Compañera, la asesoraron mal, nosotros no tenemos
culpa. El avecindamiento es un trámite que solamente se hace como paso previo
para la ciudadanía. Lo cierto es que ahora el niño es cubano, tiene un número
de identidad asentado y eso es irrevocable.
-No, no, pero cómo usted va a decirme eso.
-Compañera, ya le expliqué. Si quiere vaya al
ministerio y presente su caso a ver qué le dicen. Quéjese allí. Nosotros no
podemos hacer más nada. ¡Próximo!
La escena es real. La presenciamos en una oficina
de Carnet de Identidad e Inmigración. Su mensaje es perturbador, es duro. Frank
Delgado y Buena Fe lo dicen claramente en una canción: “el patriotismo entraña
muchas restricciones”. En particular restricciones relacionadas con los viajes
y migraciones, tan corrientes en éste siglo XXI.
Viajar en Cuba, ya sea por trabajo o por motivos
personales, ha sido durante muchos años un dolor de cabeza. Cada trámite, cada
paso, cada escalón hasta llegar al ansiado viaje era una odisea. Creo que más
de uno habrá deseado, al menos por unos segundos, en medio de esos calvarios,
no ser cubano. La nueva ley migratoria ha venido a cambiar sustancialmente esa
realidad, no del todo pero sí en gran medida. No obstante el fantasma de que un
viaje se “trabe” en cualquier momento sobrevive en el inconsciente colectivo. Y
peor aún, de vez en cuando pasa.
Un paso más allá de los viajes, o de la salida del
país en sí, está el fuerte flujo migratorio que hace ya bastantes años
atraviesa a la sociedad cubana. Miles de personas emigran cada año a radicarse
fuera. En particular jóvenes, en especial gente preparada, valiosa,
indispensable para hacer que un país avance. Vencer los desafíos monumentales que
tiene hoy la nación cubana pasa necesariamente por detener esa sangría de gente
en estampida, y en el más romántico de los casos, por favorecer un retorno de
al menos una parte de ellos.
Hasta hace unos años la estrategia era, por un
lado, usar la fuerza: restricciones, leyes absurdas, trabas para la salida del
país, dificultades para el manejo de los bienes de los ciudadanos emigrados o
con planes de emigrar. Las cosas a la fuerza, a la larga, siempre son un
fracaso, éste caso no fue la excepción. Y por otro, intentar convencer con
diatribas patrióticas, con consignas, con moralinas, que quizás tuvieron fuerza
en otra época de futuro esperanzador, pero que han tenido probablemente un
efecto adverso en los últimos años de duro presente.
Creo que el único modo de evitar la emigración de
marras es multiplicar las formas de ganarse la vida dignamente. O sea, generar
puestos de trabajo bien remunerados, generar riquezas para remunerar bien los
que ya existen, crear oportunidades para el emprendimiento de proyectos con
posibilidad de ser exitosos.
Algo ha cambiado al respecto. Hay centenares de
nuevos negocios por toda Cuba. En particular en La Habana se ven por todos
lados locales con comercios que no existían hace muy poco. Bares, cafeterías y restaurantes
de diversos tipos son los que más, pero además, dulcerías, panaderías, locales
donde arreglan celulares y computadoras, peluquerías, gimnasios y un gran
etcétera. A los dueños de todos esos negocios no parece estarles yendo mal, y
los trabajadores ganan seguramente mucho más que lo que lograban ganar hace un
tiempo. Un artículo publicado recientemente en El País de España da cuenta de
varios de estos casos en La Habana Vieja.
No obstante no alcanza aún para cambiar la
ecuación. Sigue sin ser mayoritario el grupo que puede beneficiarse de los
nuevos aires. Los salarios del estado siguen siendo muy bajos. Como resultado
sigue estando en el horizonte de muchos jóvenes la idea migratoria.
La diferencia positiva está en que ahora mucha
gente trata de no emigrar del todo. Intenta ir y venir o dejar las puertas
abiertas en la isla para un eventual retorno. Y más aún. La escena que narré al
principio es en sí misma elocuente, pero no lo dice todo. Tiene como contracara
miles de cubanos que están realizando trámites de repatriación. Conocí a
varios. Por ejemplo un taxista en Santa Clara que había vivido más de 15 años
en España donde ahorró algo de dinero. Ahora regresó, se compró una casita, un
carro y vive de taxista. Vive mucho más tranquilo, me contó.
Otros hacen la repatriación para poder volver a
vivir cuando quieran, o cuando lo necesiten, para poder comprarse una casa como
inversión, o para poner un negocio, pero no necesariamente para instalarse del
todo en la isla. Ese era el caso de un moreno que me encontré en la cola de una
notaría. Vivía hace más de diez años en Moscú y allá estaba “luchando” el día a
día. Le digo:
-Entonces vuelves a vivir pa’ acá.
-¿Quién te dijo a ti que vengo a vivir? –me
responde con su voz gruesa y una guapería que no ha mutado ni un pelo en un
decenio de nieve.
-Bueno, como estás haciendo el trámite de
repatriación, pensé que...
-Coño, asere, pero y si me quiero comprar una casa
aquí, o cualquier volá de esas.
-Tienes razón. Ven acá, ¿y qué opinas de Putin?
-Olvídate de eso, ese tipo es el caballo1.
1 En la jerga cubana se le dice "caballo" a quién sabe mucho de una materia, o es muy bueno haciendo algo.↩
jaja, ese tipo es el "caballo" umm, sorpresa humorística al final. gracias daniel, muy bueno!
ResponderBorrarDe dónde coño sacaste la foto esa? Está muy buena. El testimonio y la reflexión siguiente, también. Luis Carlos
ResponderBorrarMe encantó. También podría agregársele la tortuosa experiencia de nuestro Oliverio y su pasaporte que nunca estuvo. "Al niño" le hacemos la ciudadanía cubana y su primer trámite como cubano (obtener documento legal para salir del país) se traba de lo que no hay manera.
ResponderBorrarNo vuelvas porque son indeseables
BorrarHubiera agregado a la crónica, que otra gente, como tú, fuiste a Cuba a eso, a hacer la nacionalidad cubana del pequeño Oliverio.
ResponderBorrarHubiera sido una crónica generosa donde confluyeran dos miradas,
la Sra. Tan amargada y disgustada por el otorgamiento de nacionalidad de su hijo y supongo
TU orgullo, tener un hijo Cubano!
Así es, estimado (no sé quién eres, pero igual), tal cual dices, orgulloso de haber hecho cubano a mi hijo. La otra mirada que dices, la traté de poner de otra forma, :) un abrazo
BorrarLo de la burro-cracia no tiene nombre. Y lo que más exaspera es que no atiende a razón, y como tendemos a razonarlo todo, acaba por atacarnos los nervios. ¡Tremendo! Buenísimo cómo planteas las cosas y absolutamente impagable ese link musical ¡qué bueno!
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