El siguiente es uno de los finales posibles del cuento  Quiero tener que cerrar la ventana


A Marina le empieza a faltar el aire cuando escucha la pregunta de su madre. Es de angustia, piensa. No podemos tener los síntomas del virus al mismo tiempo, se dice. Hace unos minutos no sentía nada extraño y de repente tampoco puede respirar bien. No sabe qué reponderle a su madre.

-¿Marina, estás despierta, escuchaste lo que te pregunté? –la voz más agitada que antes.

Tiene que levantarse. Tiene que llamar a urgencias, tiene que ir a ver cómo está su madre. Se quita la sábana de encima. Se dispone a moverse pero sus piernas no responden. “Voy para allá, mamá”, intenta decir pero su voz no sale. Se mueve, cierra los ojos con fuerza. Abre los ojos.

La madre la mira fijamente. Tiene un vestido rojo intenso en la foto que tiene en la pared del cuarto. Ella, Marina, está sudada, acalambrada. Se levanta, va a la cocina, se sirve café, le da un beso a su esposo, que le propone ir a caminar a la playa. La casa que acaban de comprar está a media cuadra del mar. “Uff, qué pesadilla tuve, amor, no te imaginas”. “¿Sí?, ¿qué pasaba?”, pregunta él. “Te cuento por el camino”. Se alistan. Salen.

-¿Todo el planeta encerrado por temor a un virus? Qué loco, ¿no? –dice él, metiendo los pies en el agua fría del mar-. ¿Cómo era que se llamaba el virus?

-No sé, corongavirus, algo así.

   Los dos se ríen, ella también mete los pies en el agua y siguen caminando por la orilla. 

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