Sus labios rojos hoy me lo parecen más que nunca. Sus ojos están tristes, pero su boca siempre esconde una sonrisa. Ella es tal vez la felicidad de mañana. La conocí hace dos meses. Pasé esos siglos en el paraíso. Mi ínfimo cuarto se convirtió en un palacio. Dije el último adiós con los ojos cerrados. Evité el ardor de ver su tez de hada. Abrí los ojos de nuevo y el oficial me puso el último cuño. “Salida definitiva”. Crucé la puerta. La cobardía es asunto también de los amantes.

Daniel Silva Jiménez

Noviembre, 2008
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