Ya que emprendimos el viaje
¿a dónde iremos, camino?
Luis Rogelio
Nogueras
Esta vez la llegada a mi tierra natal tuvo un cambio
de pelos. La primera cabellera familiar que vi en suelo cubano, no fue, como las
últimas veces, la alborotada y despeinada melena de papá, sino los mechones saltarines
de mi preciosa, que en lugar de viajar conmigo, andaba ya por Cuba la
afortunada. Detrás sí aparecieron las de “mi viejo”, que en el decir de mi
generación sería “mi puro”.
Éste suceso, digamos que azaroso, quizás era un aviso
temprano de que algunas cosas han cambiado por allá. Aunque no sean demasiadas,
su cambio de pelo hay. Y cuando hablo de “aviso”, no lo hago en plan destino organizado por algún Dios, si yo
soy más ateo que Lucifer, que una vez me lo encontré en alguna galaxia y me
dijo con acento cubano y guapería: “yo sí que no creo en Dios, pa’ que sepas”.
Pero re-conocer mi país en tan sólo tres semanas exige asirse a simbolismos y
mensajes de la intuición, porque es muy poco el tiempo para una realidad tan
compleja. No es posible aquilatar cómo funciona todo el organismo, así que no
queda otra que pasar por el corazón, mirar un par de sístoles y diástoles, y
con eso intentar descifrar como está lo demás, y como mucho, si ves un latir
agitado, intentar descifrar si es por miedo, por amor, o por ambas.
La felicidad de estar otra vez en la patria quizás
no hay que describirla. Ningún arribo puede compararse al que sucede a tu más
entrañable esencia, a tu pasado, a las calles de la infancia, al abrazo
irrepetiblemente cálido de mamá, a las voces bulliciosas que de un balcón a otro
pueden gritarse cualquier cosa que lo vas a entender en sus más íntimos matices1,
a la emoción del rencuentro con los viejos amigos que quedan.
Al menos así es para mí, que disfruto la interesante
experiencia de la emigración con la espinita punzante y agridulce de la
nostalgia, la añoranza y los deseos de pisar esas calles nuevamente. Tengo
amigos y conocidos a los que sus desavenencias políticas, sus muchos años
afuera, o sus malos momentos en Cuba los han hecho alejarse de ese deseo, algunos
con rechazo explícito, otros con un fluir que se presume natural. Muchos compatriotas
prefieren no ir a Cuba o estar muy poco tiempo, sólo para ver tal vez a la
familia. Así es la diáspora, cada uno vive a su manera el desgarramiento que
conlleva la partida, y como debe ser, hay que ser comprensivos con la
diversidad que nos enriquece.
Como siempre que voy, con la pupila atenta y los
ojos inevitablemente cambiados trato de mirarlo todo lo mejor que puedo. Así en
los primeros días vi que en mi barrio han arreglado algunos baches y ya casi
antológicos huecos de la calle, pero rápido noté que se han abierto otros. Los
baches cambian de lugar y eso confunde, ¿habrá más, menos o igual cantidad de
huecos?, y claro que de nuevo ruedan los mensajes simbólicos por mi cabeza.
Uno: La plaza y las prácticas, viejas
La plaza vieja está hermosa. Le quitaron esas
rejas horribles a la fuente del medio y la dejaron otra vez libre, con el correr
del agua y los niños que se suben en sus muritos. Restauraron las fachadas que
quedaban rotosas y ahora relucen todos esos edificios hermosos por muchos años
abandonados y de a poco rescatados. En un sabio ejercicio de memoria y quizás
en una loa al camino de retomar lo viejo que valga la pena, delante de cada uno
hay una foto con el antes y el después.
Nos sentamos en la cervecería de esa plaza
a tomar algo para apaciguar la sed del caluroso invierno habanero. Habían
varios camareros por allí parados que ignoraban alegremente mis llamadas con la
mano. Otra camarera nos pasaba por al lado haciendo “sus” cosas, sin molestarse
en un “enseguida lo atendemos” o algo por el estilo. Yo no podía creer que
aquellos camareros estuvieran por allá parados sin hacer nada y me ignoraran,
ahora que el gobierno dijo que no habría trabajo garantizado para todos y con
lo preciado que es un puesto en ese enclave. Entonces me agarró un impulso de
recién llegado a la isla y me paré a quejarme con el responsable del local. Un
negro alto con un traje cerrado (¿cómo rayos podría soportarlo?) escucho
altanero y sin inmutarse mi queja, y me dijo que me sentara que ya me iban a
atender. A los pocos minutos llegó la camarera y cuando yo esperaba una
disculpa, casi con desprecio me dice: “¿tú eres el apuradito?”. Búmbata,
aterricé de nuevo en Cuba, esta vez forzoso.
Ahora en Cuba se pueden tener pequeños negocios y
mucha gente se ha lanzado a su experiencia de negociante legal. Ya el bisne hace muchos años que es un medio
de vida de mucha gente por allá, pero ahora muchos se han pasado, y otros
incursionado, en el business. También
se pueden vender y comprar casas y carros usados entre cubanos. Estas reformas,
y las que podrían venir parecerían haber cambiado más la realidad de lo que
imaginaba. Más allá de ver que hay un montón de negocitos nuevos, pequeñas
cafeterías, restaurantes, tienditas de ropas en muchos portales y entradas de
casas, montones de carretillas con frutas y verduras por las calles; además de
ésta información visual, el depingómetro me dio un indicio interesante de la
nueva situación. El depingómetro es un sensible instrumento de medición y
comparación que pronto les cuento cómo funciona.
Cuando uno regresa de Cuba mucha gente te pregunta,
¿y? ¿cómo encontraste la situación, mejor o peor?, uff, qué difícil contestar
eso así de rápido y sencillo. Es tan complejo de evaluar que el hecho de que
existan ahora carretillas de verduras y frutas, no quiere decir que haya más
hortalizas, ni que se produzca más, ni que hayan bajado los precios y por ende
la gente tenga más acceso a ellas, que es en definitiva lo que se necesitaría, pues
puede que sólo quiera decir que están más distribuidas, que sería una ganancia demasiada
exigua.
Entonces, acaso urgido por la sana curiosidad de
los que querrían saber de mejoras o no, me di cuenta de que en el viaje
anterior la mayoría de la gente lo primero que me decía era “esto está de
pinga, malísimo”, o la misma idea, dicha con menos grosería; sin embargo ahora,
mucha gente que me encontré me hablaba de pequeños proyectos que pensaba
emprender, de negocios que se le habían ocurrido o en los que ya estaban
inmersos, para después decirme el “esto está malísimo”. Creo que el retraso de
la queja en el relato cotidiano de la realidad, es un indicio de cambios
positivos y esperanza. Diría entonces, depingómetro mediante, que el presente de
Cuba es ahora levemente mejor que hace un par de años. Lo que sí no afirmo
es que sea esperanzador.
Para pensar esto último tendría que ver un camino
claro de cambios profundos y estrategias, asociado a políticas abarcadoras y
nuevas que indujeran a pensar que vamos por un camino claro hacia el futuro
cercano. Pero al levantar la cabeza veo una nebulosa que me deja lleno de dudas:
el gobierno sigue manejado esencialmente por los mismos, la participación
popular en la toma de decisiones continúa muy escasa y lo que se cuece arriba
sigue siendo muy poco transparente para la mayoría.
Como dice mi amigo Guanche
(bha, si lo cita Ravbsberg [2], no lo voy a citar yo ahora):
“En fin, Cuba se mueve. La ruta y el destino del movimiento es lo
que su sociedad tiene en discusión. Resulta obvio que existe un consenso
nacional sobre la necesidad de una renovación. Pero este consenso se mira con
mucha dificultad en el espejo de las políticas y de los documentos que las
formulan. Los límites y contradicciones de los cambios influyen en su propia
posibilidad, y limitan con ello la esperanza que pueden amparar.” [3]
Si les entusiasma la cita, y sino también, les
recomiendo ese artículo de Julio César, que está muy bueno.
Volviendo atrás, una sutileza del depingómetro
antes mencionado, es que allá en Cuba también te exigen ese poder de síntesis
imposible –al menos para mí-, y muchas veces te dicen, “estás en Argentina, y
cómo está eso por allá”, con frecuencia me pasó que en lo que tartamudeo,
“mmm…depende…”, me respondían, “bueno, seguro mejor que aquí”. Eso también me
paso menos esta vez.
Dos: Si lo agarro
Una de mis agradables sorpresas del viaje
fue “El Madrigal”. Un bar particular nuevo que está buenísimo. Cuando en los 90
se permitió abrir locales particulares, proliferaron restaurantes y cafeterías,
pero que yo recuerde ningún bar. Algo lamentable para una ciudad con tan pocos
lugares para ir a tomar algo –teniendo en cuenta el tamaño de la ciudad y su
cantidad de habitantes-, sobre todo lugares lindos, acogedores y distintos. Oh,
diversidad, planea por favor sobre la isla y pósate. Esta vez quizás está
siendo distinto, al menos con este bar.
Es en una de esas grandiosas y hermosas casonas
del Vedado2.
Está decorado con muy buen gusto, con obras de arte de gente joven y muebles
bonitos. La música no es reggaetón y tiene un volumen disfrutable. Y además –oh
emoción- está abierto hasta las 4 am.
Estábamos por allí, Bucanero en mano,
hablando con varios amigos, y como no podía ser de otra forma, en algún momento
caímos en criticar alguna de las tantas sombras de la ajada realidad nacional.
Uno de los amigos dio su veredicto: “yo no sé quién tiene la culpa, pero si lo
agarro por la barba…”. Es muy gracioso. Yo también, si lo agarro…
Algo que me encanta cuando voy, es descubrir las
canciones que musicalizan el día a día de la ciudad. Aunque siempre estoy al
tanto de lo que pasa musicalmente en cuba, incluso en ocasiones, gracias al
bendito internet, paradójicamente más al tanto que mis amigos que viven allá, no
es lo mismo eso, a saber lo que está sonando en la esquina. En particular
siempre hay una canción que suena más que las otras de moda, y es esa que suena
en cada cuadra.
Ese tipo de cosas son las que en la distancia no
puedes obtener. Se puede leer mucha información, ver distintas fuentes, estar
al tanto, pero la respiración del país nadie te la cuenta, no porque no haya
buenos cronistas, sino porque es imposible.
Esta vez de nuevo estaba pegado un tema de la
camaleónica Charanga Habanera. “Ay que suerte tengo yo, te la voy a contar”,
dice el coro. La canción se llama “La culpa”, está rica y se te pega enseguida.
Yo me “peleé” con la Charanga desde que hicieron aquello de cambiar el texto de
una canción para no molestar a la gente de USA y poder dar su gira sin
contratiempos por el país de los verdes[3],
pero bueno, qué voy a hacer si ponen a bailar la isla: si Cuba baila yo me muevo,
y si me paro empújame.
En cualquier caso en lo musical la isla sigue
siendo una máquina de producir calidad. Como dice el inigualable Mayito Rivera
en un tema: “…en la calle hay mucho más […] una pila de chamacos de la ENA, que
vienen echando candela…”. Y cómo yo me quería prender con ese fuego y coger
fuerzas para todo lo que venga en el año, fui a todo lo que pude.
“La Academia” está sonando muy bien, es un grupo
de jazz que armaron Ruy Lopéz-Nussa (batería) y Roberto García (trompeta) con
muchachos muy jóvenes. Para mayor regocijo, tenían ese día invitado al cuarteto
de Aldito López Gavilán, que como de costumbre suena de lujo. Interactivo, en
continua renovación, sigue siendo de primerísimo nivel, ahora tocan los sábados
en el Palacio de la Rumba, parque de Trillo, Centro Habana a pleno. Allí
cultivan un público nuevo, siempre rompiendo esquemas. El maestro Roberto
Fonseca y Temperamento no necesita elogios, cualquiera le queda chiquito. En la
casa de la música pudimos ver al fin en vivo a la mejor salsa que se está
haciendo en cuba ahora mismo (según mi modesto parecer), Habana de Primera; a
Alexander Abreu le puedes dar lo mismo una trompeta que un micrófono y te hace magia.
Su primer disco tiene un nombre pretencioso, pero yo creo que sí, están “Haciendo
Historia”. Eso sí, mi audición debe haber quedado disminuida, el volumen era
excesivamente alto.
Y saliendo de la capital, en la descarga informal
del malecón sin agua de Santa Clara siempre hay novedades. En lo que cantábamos
los temas ya conocidos allá del Friky (Karel Fleites), apareció en escena y se
nos presentó con todo su flow irreverente, “el Tanquel”, que metió una larga
improvisación que no tenía nada que envidiarle a un montón de famosos que hay
por ahí.
Por cierto, es quizás la música el único ámbito en
que se ha dado en Cuba un retorno a la patria de gente emigrada. Ya son varios
los músicos en los últimos años han decidido volver a vivir a su país, parcial
o totalmente. Ojalá algún día se den las condiciones para que se extienda esa
linda práctica, volver.
Tres: La niña está loca por andar como ando yo
Creo que hasta que uno no vive fuera de
Cuba no se da cuenta de cuan entrometida es la gente de la isla en la vida de
los demás. Y no hablo de meterse en la vida de un vecino o de familiares, que
también, hablo más bien de meter las narices en los quehaceres de desconocidos
que te cruzas por la calle. La gente suele creerse con el derecho de hacerte
comentarios y valoraciones sobre tu proceder, tu forma de caminar o tu manera
de vestirte -“oye, niño, estás trepado”, por ejemplo, si se te ocurre ponerte
bolas con rayas. Es unas de las facetas de lo que allá llamamos cubaneo.
Esta vez, me cuenta mi bella compañera de viaje,
que iba de lo más tranquila caminando por la calle cuando una mujer le dijo,
“oye, mami, andas a la mai lo”, lo cuál la dejó totalmente descolocada. Por un
lado desacostumbrada a que los desconocidos le hablen como si la conocieran, y
por otro porque no entendió absolutamente nada. Después de investigar un poco,
supo que la observación que le habían hecho era que estaba “a la my love”, lo
cuál en una primera instancia tampoco arrojó demasiada información.
Resulta que la nueva frase de moda en la
jerga cubanosa es “andar a la my love”, que por loco que parezca, quiere decir
andar con cierto desenfreno y desapego a la cordura social. El marco de
referencia se encuentra en una canción de los ingeniosos Kola Loka [4], un
tanto diferentes dentro de la amalgama bastante homogénea del reggaetón.
La jerga se rejuvenece, se re-crea y
moviliza siempre. Cuando voy también trato de actualizar mi vocabulario todo lo
que puedo. En éste caso ya conocía la expresión, pero no que estuviera tan de
moda. Igual nunca supimos porque la mujer le dijo eso a la niña, y llegamos a
la conclusión de que era más bien ella quién estaba a la my love.
Por si acaso aclaro que toda una vida me
ha gustado el cubaneo, que es también diversión y comunicación frontal y sin
barreras. A veces, puede molestar, es verdad, pero asumo su cuota negativa y lo
extraño en la distancia.
El pelado de moda también está gracioso, aunque más
cómico es su nombre -“el yonqui”-, y el video clip que lo enarbola [5]. El
pelado/peinado consiste en raparse la cabeza por todos los costados, dejando
pelos en la parte superior, y esos que quedan alisarlos y ponerlos bien parados
(wao, qué complicado es describir un pelado). Así andan muchos, con eso en la cabeza, sobre todo jovenzuelos
y adolescentes. Yo quería empaparme de cubanidad, pero hasta hacerme el pelado
sí que no llego, deben ser estos 30 que tengo encima, aunque me consuelo
pensando que con 20 tampoco me lo habría hecho.
Ir a mi país es siempre una alegría muy grande. La
Habana cada vez está más bella y yo cada día más convencido de que es la ciudad
más hermosa del mundo. El barrio, donde uno nace y crece, es un reducto
irrepetible de remembranzas y sueños. El calor de la familia abriga como
ninguno.
Comer frijoles con platanitos, llegar a la casa
con los ojos cerrados, meterle un grito a un amigo que está en la calle de
enfrente, invitar a bailar casino a cualquier muchacha casi seguro de que
sabrá, disfrutar un buen doble-play y una lista demasiada larga de cosas más,
serán irrepetibles en otras latitudes.
Pero visitar la isla milagrosa también es dolor.
El dolor de los amigos que no están allá, el pesar de las injusticias que se
ven, el temor de que la situación empeore y el futuro no brille nada; y sobre
todo, el peso de saber que ahora mismo sería casi imposible volver a vivir
allí.
Pero por suerte, y por último, es también una
esperanza. El anhelo de que un día no muy lejano cambien las cosas para mejor,
y haya oportunidades y voluntad política de acoger a todos los hijos que quieran
volver. El sueño de que haya un retorno masivo y vuelvan muchos amigos, y
nuestros hijos digan asere y jueguen a las bolas en la misma tierra que lo
hicimos nosotros.
Ahora mismo parece medio quimérico, pero aquí
mismo, en Argentina y Uruguay, parecía lo mismo a principios de siglo y ahora
cada día vuelve más gente, y hasta emigrados de Europa están viniendo.
El mundo no para de girar, por suerte.
Daniel Silva Jiménez
Buenos Aires, marzo del 2012
CITADERO [4]
[2] – “Ciudadanía y poder”:
[3] – “Esto no es una utopía: lo nuevo, lo viejo y
el futuro en Cuba”. Julio César Guanche: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4753
[5] – “El
Yonky”: http://www.youtube.com/watch?v=NWpVYWTEGGM&ob=av2n
1 Esto puede parecer un detalle menor, pero mi experiencia de emigrado me ha demostrado que lo que se esconde en los expresivos rincones del lenguaje de cada nación es mucho más de lo que imaginas cuando vives siempre en el mismo país. Para un abordaje no profundo, pero sí simpático, ver la canción “Qué difícil es hablar el español” [1].↩
2 Por si quieren ir está en 17 e/ 2 y 4.↩
[3] En el 2009 la Charanga
cambió el texto de la canción “tu llorando en Miami, y yo gozando en la
Habana”, para la gira por USA. Puedo entender que un cantante quiera alejarse
de la política y hasta puedo aceptar que decida no cantar ciertas canciones en
un ámbito particular, pero que cambie el texto de una canción es muy bajo.
Además de que en éste caso no es una concesión “para comer”, sino para
comprarse una cadena de oro más gruesa.
[4] Habrá que buscar otra
palabra. Al menos aquí creo que no me sirve “Bibliografía”, citando videos de YouTube
y demás.
Disfruté mucho leerlo de nuevo. Sigo esperando de las de este viaje!!!!
ResponderBorrarPues lo que decía..., muy entretenido el viaje en tren hacia la pincha. Me encantó, hasta carcajadas eché.
ResponderBorrarGran post, el tema pegadizo y vibrante se llama "La suerte" jajajaja, por casualidades de la vida me acordaba del estribillo y reconocí el tema. Saludos!
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