Foto: Kaloian Santos Cabrera
Hoy comprobé
que la hermosa luz de la mañana no
tiene relación alguna con las otras luces, las más importantes, las del alma.
Los rayos del sol que entraron por mi ventana anunciando un día alegre,
hermoso, otoñal, engañaban con toda la rabia. La triste noticia ya nos rondaba
por más que no lo imaginamos mientras comíamos el desayuno. Sin avisarnos, se
nos había ido Galeano.
Hay gente que uno admira y piensa que jamás se va
a morir. Aunque tenga edad avanzada, aunque tenga enfermedades, un tipo como
Eduardo parece que nunca se va a morir. Tristeza llama a tristeza y así lo
despedimos. Se escribirán miles de palabras esta semana recordando a ese tipo
que nos regaló la palabra misma, que nos regaló nada menos que la utopía en el
horizonte para enfrentar la vida.
Recordé, claro, una carta que le escribí hace unos cuántos años ya. Decía más o menos así:
La Habana, 26 de Julio del
2000
Estimado Eduardo:
Hola.
Soy un joven cubano de 18 años, lector encantado por tu obra y he decidido
hacerte una misiva, que aunque sospecho quizás no puedas leer entre tus tantas
ocupaciones disfruto en hacerla. El motivo es que hace unos días he visto algo
que me hizo pensar en ti; el pensamiento consistía en que de haber sido tú el
que viera esto, hace algunos años, existiría hoy un capítulo más en tu libro de
los abrazos. Entonces, mediante la imaginación, que todo lo puede, sentí un
poco de Galeano en mi pluma y escribí lo siguiente. (Como “El Libro de
los Abrazos” ya fue terminado y publicado hace años pues que este sea mi abrazo
para ti.) Ahí te va:
“Dicen los carteles”
En el caluroso verano tropical
de La Habana vi cerca de las playas del oeste de la capital cubana, en una casa
situada frente a una parada de ómnibus, que se abarrotaba cada tarde con los
muchos bañistas de regreso a su casa, un cartel que rezaba así:
No hay Agua, ni Baño, ni Teléfono, POR FAVOR NO MOLESTAR y mucho menos a la hora de la
tele-novela, aventuras, novela.
Gracias.
Recibe
un fuerte abrazo,
Daniel
Silva
Se la envié con pocas esperanzas de que le
llegara, con menos de que la leyera y casi nulas de que respondiera. Seguí mi
vida. Un día, me llegó un paquetico por correo. Con su puño y letra de traía mi
dirección escrita. Dentro, ese hermoso libro que es “Días y noches de amor y de
guerra” dedicado. Un grande.
Años después tuve el placer de saludarlo
personalmente. En mi Universidad de la Habana le entregaban el título de Dr.
Honoris Causa. Mi querida Maggie Mateo escribió un texto precioso para la
ocasión, lo asociaba con Oshosi, el cazador: un cazador de palabras. Ahora
pienso que además de cazarlas las transfiguraba. No sé cómo, la misma palabra
que uno podía escuchar muchas veces volvía totalmente cambiada de su voz
melodiosa. Así nos quedan hoy las palabras: destransfiguradas, o dicho más directamente, hechas mierda.
Adiós, maestro, te vamos a extrañar.
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