La Habana es una ciudad peculiar, única en muchos
sentidos. Por poner un ejemplo conocido, no debe haber otra en todo el globo
terráqueo por dónde circulen, de manera regular, decenas de autos de mediados
del siglo pasado. Imagino a un suizo que llegue a la isla sin conocimiento
previo y salga a la calle a dar un paseo. Debe sentir que viajó en el tiempo. O
sea, que si un día alguien con rasgos helvéticos, caminando por La Habana, se
acerca y te pregunta, “Sorry, what year
is this?”, no deberías de asombrarte. Además sé bueno y dile la verdad.
Hay muchas más cosas que la hacen particular, pero
hay otra, también relacionada con el transporte, que me gusta en su
singularidad. Lo que en Cuba conocemos como “coger botella”. Existe sí, en
muchos lados del mundo, “hacer dedo” en la carretera, que es una idea similar.
Pero la botella es un sistema solidario que ocurre dentro de la ciudad, con
pregunta directa y de semáforo en semáforo.
La Habana es un lugar seguro, donde uno confía en alguien
que no conoce al punto de subirlo a su carro. Además la gente suele ser
desinhibida y abierta al diálogo. Es natural comunicarse en la calle con un
desconocido o desconocida y entablar una conversación. Estos condimentos hacen
posible éste peculiar método de movilidad.
Si bien es cierto que esta modalidad surgió debido
al mal funcionamiento del transporte público, y sin dejar de soñar con que
algún día éste mejore; también hay que decir que viendo los problemas que hay
en otras metrópolis, dónde muchos carros llevan sólo un tripulante, causando
congestión y contaminación, no es una tan mala idea.
No quiero romantizar la botella. Sé que mucha
gente usa y ha usado ese medio de transporte sufriéndolo y porque no le queda
otro remedio. Tampoco ignoro que particularmente algunas mujeres han tenido
experiencias desagradables en botellas. Pero quizás no está mal que sea una
opción más.
Lo ideal sería que haya un buen transporte público
y que el que coja botella lo haga por elección. Pensarlo como idea de
ciudadanía que se comunica y colabora con el medio ambiente, y cómo forma de tener
ciudades con menos tráfico, y por tanto, más disfrutables.
Tal vez se podría implementar de modo organizado. Por
ejemplo, con un sistema dónde botelleros
y botelleantes se registren. Los
participantes pondrían un cartelito en el auto dónde avisan que están en modo
botella. Además la conductora o el conductor podría saber a quién lleva y
viceversa. Así también se podría dar que algunos ciudadanos un día lleven en su
auto y otro día ser llevados. ¿Parece imposible? Puede ser, no sé, nos han
mentido en la cabeza que todo ha de gestarse a través del dinero, pero se puede
intentar ir contra esa corriente.
En lo que logramos lo anterior, hace años que
mucha gente se mueve en botella por la capital cubana. Yo cogí muchas veces
botella y luego, cuando usaba el auto de mis padres, también daba botella
siempre que podía. Recuerdo que en mis primeros años viviendo fuera de Cuba cuando
me detenía en un semáforo, imaginaba que vendría alguien a preguntarme si
seguía recto por la avenida.
El siguiente fragmento corresponde a mi novela
inédita “En la próxima vuelta”, escrita en el 2007/2008. Si usted tiene ganas
de coger botella junto a Malena, una de las protagonistas de la novela, pase y
lea.
V
A mala hora Darío se mudó, piensa Malena y se posiciona en la acera de la
avenida Boyeros. El sol está durísimo y en el semáforo hay un montón de gente
luchando por lo mismo: conseguir que alguien los lleve. Si no voy a visitarlo
así, de repente, sin pensármelo mucho, nunca veo a éste cabrón. Tan simpático
que es mi amiguito lindo, piensa, sonríe con ternura. La competencia en el
semáforo es grande. A su derecha hay dos jovencitas lindas y arregladas.
Coloridas las dos, verde una, rosa la otra, llevan del mismo color la blusa, el
cinto, las sandalias, el pulso de la mano y las hebillas del pelo. Antes era
tan rico, piensa, caminar hasta la esquina, doblar y en un par de escalones
estaba en casa de Darío. Pero hubo cambios, mudanzas, y ahora hay kilómetros que
nos separan. Hace seis años ya de eso y todavía no me acostumbro.
El semáforo se pone en rojo, los carros se detienen. Malena estudia a los
que tiene cerca. El calvo del Lada azul la mira con descaro, ella da un paso y
piensa preguntarle si puede llevarla, pero le da mala espina la cara babosa del
tipo. Un paso atrás y vuelve a su lugar en la acera. Luz verde y los carros
salen llenándolos de humo. El calvo le saca la lengua al pasar. Cuando el día
está malo para las botellas no hay manera, en todos los semáforos uno se
demora, piensa. Es como si hubiera días malditos para la botella y días en los
que parece que los carros te están esperando. Hoy es uno de los malos, está
claro. Para colmo a esta hora todo el mundo está saliendo del trabajo. A su
izquierda hay un muchacho joven con una bata blanca y un maletín en la mano.
¿Estará por entrar a una guardia? Como Darío se vaya lo mato, piensa. Ay, qué
rico si cogiera una sola botellita que me llevara directo hasta el Casino
Deportivo. De nuevo luz roja, mira los carros que tiene cerca, nada que sirva:
hombre con mujer al lado, carro lleno, moto peligrosa. El muchacho con porte de
médico se monta en una guagüita blanca como su bata. Ella se corre hacia la
izquierda, verifica que las dos presumiditas siguen ahí. Se alegra. No estaba
mal el muchacho, piensa y lo ve irse sentado como un niño bueno que gira la
cabeza y le dedica un gesto afable de despedida, “ojalá te vayas rápido”,
parece decirle con la cara. Malena sonríe. Ahora suda, se rehace el moño, se
cambia el bolso de hombro. Mira a la parada atestada de gente, se convence de
que hay que irse en botella. Piensa en lo divertida que sería esta ciudad con
metro. Aunque seguramente el metro estaría siempre roto o con problemas.
Imagina a una negra gorda sentada en la puerta del metro que de mala gana
interrumpe su conversación con otra mujer y le dice: “no mi amol, hasta mañana
no hay tren, lo siento” y muy oronda continúa hablando con su amiga. “¿Sigue
por Boyeros, señor?”, el tipo no la mira, la ignora, sigue adelantando su
carro, despacito hasta casi chocar al de alante. Estúpido, piensa, y le dan
ganas de decírselo. Es verdad que no tiene obligación de llevarme pero no le
cuesta nada responderme, es un acto de educación, es como si alguien me
preguntara la hora y yo ni siquiera le contestara. ¿Por qué tuve que imaginarme
a la mujer del metro negra? Si hubiera pensado en la directora General del
metro de La Habana me la habría imaginado blanca, rubia, alta. Cambia la luz
del semáforo, paran los carros otra vez. ¿Sigue por Boyeros señor? El hombre
asiente con la cabeza, y se estira para quitar el seguro de la puerta
delantera. Ella da la vuelta al carro con paso apresurado, abre, se sienta,
deja escapar un suspiro de descanso.
[…]
Me recordaste los años de la UH donde hubiera matado por tu botella,Jajaja. Muy bueno. Besos.
ResponderBorrarQué bueno que te gustó! No sé quién eres, pero van besos de vuelta!
BorrarBuenísimo! Se ve que eras tremendo botellero!! Besos
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