Estoy volviendo de Cuba y tengo que escribir mis
crónicas. Es una tradición, soy preso de ella. Dice el dios de las tradiciones
que quién no las respete verá el castigo severo. En cada viaje me digo que no
las escribo más, pero hay amigos y amigas que las exigen y hay que honrar la
amistad, que es sagrada. Liluqui me dice, desde Barcelona, que las espera con
anhelo. El Jimmy desde Montreal no me dice nada, pero sé que las espera para
sentir el calor tropical allá en el norte frío. La Marce, en Pirque, del otro
lado de la cordillera, ya puso un agua para el tecito de la once y espera para leerlas
entre pancitos con palta y cuecas. No tengo opción.
Releo el texto que escribí en mi viaje pasado, hace
un par de años, y me doy cuenta de que no tanto ha cambiado. Sirve como base
para ésta vuelta. Tampoco olvido que es imposible narrar un país después de
visitarlo unos pocos días. Pero unas pinceladas de brocha gorda puedo dar y
quizás a alguien puedan servir de algo.
Para saber de veritas qué pasa en la isla infinita
habría que ir al menos medio año y zapatear de aquí pa’ allá, y sentarse con
calma en el contén del barrio, como hace un siglo atrás. ¿Quién me acompaña?
Mientras espero que se alisten los valientes, van mis pinceladas.
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