(De la serie, “Reseñas cortas de libros, donde no te cuento nada de lo que pasa”, porque: a mí no me gusta que me cuenten nada).


Ayer me terminé de leer “La Uruguaya” por segunda vez. Me volvió a gustar mucho. De hecho esta lectura, dos años después de la primera, fue para intentar ver por qué me cautivó en aquel entonces. Está buena porque la historia es divertida, inteligente y está muy bien armada. Se disfruta leerla porque está narrada de una manera aguda y derecha. Quiero decir que no da vueltas por gusto. Cuando da giros que se alejan de la historia están muy bien, disfrutas la distracción. Chejov decía aquello de que cuando en una narración aparece una pistola esta tiene que disparar en algún momento. Perdón, Anton, pero si la pistola deslumbra por si sola puede tragarse sus balas. 
       
 No me extiendo más, hay un montón de reseñas por ahí seguro mejores que esta. No lea ninguna. Lea la novela.



(De la serie, “Reseñas cortas de libros, donde no te cuento nada de lo que pasa”, porque: a mí no me gusta que me cuenten nada).

Hace un tiempo tengo una teoría. He de reconocer que es bastante peregrina, pero se me viene cumpliendo. Dice lo siguiente: cuando una novela tiene más de 500 páginas, raramente no le sobran varias decenas. Por supuesto hay un montón de monumentos literarios que escapan del silogismo, pero como bien digo, son rarezas. Cierro los ojos y pienso, por ejemplo, en “Conversación en la Catedral” a la que no le sobra ni una palabra.


A “Las cenizas del cóndor” de Fernando Butazzoni le calza perfecta mi teoría. La historia se pudo contar con doscientas páginas menos sin perder nada relevante. No obstante, los avatares que se cuentan en la novela son tan impresionantes que vale la pena leerla. Sobre todo sabiendo que está basada en historias reales y que lo narrado está muy apegado a lo que sucedió en esas vidas que se cuentan en el libro. La investigación que hizo el autor para contextualizar todo lo que pasa en la narración es también admirable, se nota que fue una pesquisa rigurosa y sensata.

El libro está escrito en un estilo sobrio. No tiene adjetivaciones molestas, ni exageraciones, ni cursilerías. Está perfectamente redactado y llega a ser conmovedor en algunos fragmentos. La historia que narra, como ya dije, es apasionante. No obstante de principio a fin sufrí la falta de magia y gracia de la narración. Es algo sutil, por eso la seguí leyendo hasta el final. Cuando un libro no me gusta mucho lo dejo sin ningún remordimiento. Éste lo terminé pero siempre con esa pequeña molestia en mi alma lectora. Como una basurita metida en el ojo que espía esas vidas noveladas. En el último tercio del libro encontré, tal vez, la explicación de por qué la narración jamás me llevó volando, porque nunca me arrastró tirado de los bigotes, como debe hacer una buena obra literaria. El propio autor dice que:

“Tenía todas las piezas sobre la mesa, y mi trabajo consistiría en ensamblarlas. La perspectiva de llegar de nuevo a mi casa, retomar la rutina y encarar la construcción del libro era de por sí agobiante, pero no tenía escape posible […]”.

Si la literatura se entiende como una obligación, si pensar una novela se piensa como un ensamble de piezas, es probable que no llegue la magia. Esa corriente subterránea que tienen las novelas y los cuentos maravillosos que casi te dan corrientazos en los dedos.

La teoría que menciono al principio es subjetiva de pies a cabeza. Desde que el número de páginas dependerá del tamaño de la letra, hasta la relatividad intrínseca de cuando una idea o una descripción sobran. No obstante, es mi teoría, al que la quiera usar se la presto, y lo dejo definir el número de páginas de corte y los criterios para considerar algunas páginas innecesarias.

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