A Yai, niña preciosa, chinita mía.
“Qué simpático el chinito”, me dijo Susana hace dos semanas
y yo apenas le presté atención. Había un muchacho de ojos rasgados, con pelos
largos y estirados sobre la cara, evidentemente asiático puro, sentado en el
contén del barrio (como hace un siglo atrás, tal vez, cuando la gran
inmigración china). Le sonreí por cortesía (a mi esposa), y seguí con el tema
que veníamos conversando, seguramente más interesante que la presencia de un
asiático en una calle del Vedado.
En los días siguientes lo seguimos viendo, pero ya no
solitario: varios compatriotas suyos lo acompañaban. A veces en el parque de la
esquina, otras en la misma acera de la primera vez o en los portales de las casas
vecinas. Conversando en su raro idioma, jugando a las cartas, escuchando música
en pequeños aparaticos, y algunas veces, cosa curiosa (al menos para nosotros,
occidentales ignorantes de culturas lejanas), sin hacer nada, sentados juntos,
sin hablar, mirándose el pelo o el paisaje circundante, pensando vaya a saber
en qué saberes.
Ya en los últimos días fue difícil llegar hasta la casa y
seguir conversando tranquilamente como antaño (y no sé por qué ahora dos
semanas me parecen un pasado tan lejano), sin comentar esta nueva presencia en
el barrio; el chinito del primer día difuminado entre sus coterráneos. Estaban
por todas partes. Hombres y mujeres, todos jóvenes. Un par de cuadras antes de
llegar a la casa se les veía en las aceras, en los jardines, jugando con una
pelota, conversando, pelándose, o alrededor de una mesa haciendo algo que no
comprendíamos en nuestro paso de miradas indiscretas.
Hoy cuando salí para el trabajo y vi a uno de ellos
desperezándose en el portal de mi edificio, como si hubiera dormido en la casa
de abajo, tuve un presentimiento, una
mala espina, una sensación de que algo no andaba bien. Pero aparté esa idea de
mi cabeza y seguí mi camino. No hay que atribularse por boberías, me dije, por
cosas sin importancia, por ideas que uno se hace, por prejuicios tontos. Luego
mucho calor, reuniones, tanto trabajo que no pensé más en eso.
Hace unas horas, cuando estábamos preparando la comida, tocaron
a la puerta. “¿Esperas a alguien?”, yo con cara extrañada, poniéndome un pulóver,
me dirigí a abrir la puerta de la escalera. “No, yo no quedé con nadie”, Susana
también con cara de asombro pero sin darle importancia siguió echando especias
a la cazuela en el fuego. Halé el cordelito, se abrió la puerta de la calle y
vi aparecer allá abajo a dos chinitos jóvenes y sonrientes. Una muchacha y un
muchacho. “Hola, qué desean, a quién buscan”, dije algo asombrado. “Ge buei
poeng you, ta tia jao”, dijo el varón levantando la mano, luego cerró despacito
la puerta y comenzaron a subir. Ella con una mochila no muy grande en la espalda,
él con un maletín en la mano. “¿Cómo?” dije atribulado, sin entender nada. “No
hablo chino”, volví a decir, despacio, articulando enfáticamente, y enseguida
me di cuenta de lo tonto que había sido decir eso. “Wo men yao je nimen ichi
tugüo yo tian”, dijo ella en un tono que me pareció amable. Los dos sin dejar
de sonreír. Ambos parados frente a mí, un par de escalones debajo, estrechándome
las manos. Yo no podía salir de mi asombro, ni abrir más lo ojos, inmensos
ahora, en contraste con los de ellos: ínfimos. Les estreché la mía a falta de
opciones. Ellos correspondieron haciendo reverencias, sonriendo más aún. “Pero,
no entiendo, espérense un momento”, balbuceé, “do you speak english?”, dije tomando aliento, sintiéndome aliviado
por un momento. Ellos sonreían y asentían con gesto pronunciado. Continuaron
subiendo, me pasaron por al lado (yo estaba paralizado, absolutamente incapaz
de hacer nada) y se dirigieron hacia la puerta de nuestro apartamento. “Tue pu
chi. Women je nimen sai ichi jen kaixin”, dijo ahora él, con el mismo tono
amable y la sonrisa perenne, dirigiéndose a Susana que franqueaba la puerta,
estupefacta también, alternando su mirada atónita entre ellos y yo. Levantando
las cejas, abriendo los brazos (la espumadera en una mano), “qué es esto”, me
decía sin hablar, enlentencida, estrechándole la mano a los dos chinitos, que
de nuevo hacían reverencias pronunciadas. La muchacha empujó a Susana con gesto
de seda, y dando un paso elegante, entraron a la casa ante la petrificación de
mi esposa. Susana me miraba exigiéndome una explicación, y yo no podía hacer
otra cosa que encoger los hombros, y devolverle la exigencia.
Los chinitos se instalaron en el otro cuarto. No sé cómo
supieron cuál era el nuestro porque en ambos hay una cama, bien tendidas las
dos. Cuando entramos ya estaban sacando algunas cosas de sus bolsos. Mientras
ella ponía los enseres de ducharse en el baño, él nos entregó un obsequio a
cada uno: un llavero con el mapa de China a mí, y un colorido jueguito de
collar y pulsera a Susana. Sin dejar de sonreír en cada paso que daban,
ayudaron a terminar de hacer la comida, a poner la mesa. Apenas hablaron entre
ellos, quizás por respeto, al ver que nosotros también nos dirigíamos muy poco
la palabra.
Al finalizar la cena nos hicieron entender que ellos
fregarían. Dejaron la cocina muy limpia, sus palitos escurriéndose junto al
resto de los cubiertos. Se bañaron después de nosotros y cerraron la puerta del
cuarto, diciendo adiós con la mano y haciendo una reverencia, la última de la noche.
No puedo conciliar el sueño. Susana ya lo consiguió. La
miro con envidia. Por momentos me da miedo que vayan a hacer algo mientras
dormimos, aunque tenían una cara tan apacible. He pensado en ir a avisarles a
nuestros vecinos de enfrente, a decirles que no abran la puerta, pero me parece
que va a ser en vano. Que es inevitable. Cierro lo ojos, trato de dormirme, de
no pensar más. Mañana será otro día.
Daniel Silva Jiménez
marzo de 2008
Wao! De dónde sacas estas ideas? Qué miedos tienes? Jeje. Me gustó y me quedé con ganas de más. Supongo esto pasa con los cuentos, no?
ResponderBorrarGracias. Ya vendrán más cuentecitos! :)
Borrarjajja...invasion de seda, casa tomada (1ra parte), y revolucion cultural con salto adelante incluido... me gusto!
ResponderBorrarGracias horaslivianas, está bueno tu comentario. Sí, casa tomada en el nuevo siglo de la globalización, ja!
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