Foto: Kaloian Santos Cabrera
Minicubas 6. 2017
Es igual. En el
acontecer cotidiano de la isla no cambió nada sustancial. Hace años que Fidel
era una figura de la historia. Estaba ahí más como testigo que como
participante. El testigo que nunca quiso ser, el observador que jamás imaginó.
Pero la naturaleza y los años no dan tregua, ni a las voluntades más tenaces. En
la vida práctica del país nada cambió, pero la nación se estremeció. ¿Cómo
dudarlo?
Su muerte
generó, como en todos lados, todo tipo de sentimientos. Mi sensación es que,
dentro del país, la tristeza y la conmoción fueron predominantes. La
participación masiva que se vio durante su largo funeral dan fe de ello. Y no
creo que esa tristeza pueda ser impostada, ni que esa participación pueda ser
de alguna manera obligada, como algunos aseveran. La congoja seguramente tuvo distintos
grados. De los tristes, no todos se afligieron por igual. Es probable que a
mayor edad, mayor conmoción. Tiene sentido.
Lo que sí es
seguro es que a nadie dejó indiferente. Con toda la gente que hablé por un
rato, en algún momento me contó qué hacía esa noche, cómo se enteró, a quién
llamó. Se dice que esa madrugada sonaron teléfonos sin parar durante varias
horas. Hay ciertas cosas que uno no cree hasta que se lo cuenta a alguien.
El duelo duró 9
días y saturó a más de uno. Se valía lamentar su muerte y no querer tantos días
de duelo. Por ejemplo porque todos los canales, en cadena, durante esa semana
muy larga, no ponían otra cosa que no fuera materiales alegóricos y
patrióticos. No hubo ni programación infantil. “Los niños no entienden”, me
dijo un amigo que tiene dos niños chiquitos. El penúltimo día del duelo se
jugaba el clásico de la liga española. En estos tiempos de fanatismo futbolero
un Real Madrid-Barcelona es muy importante para mucha gente. “Asere, yo puedo
estar triste y ver el partido. Si quieren lloro por el Comandante en el entretiempo, pero déjenme distender”,
me tiró un socio del barrio.
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